domingo

TRABAJAR CANSA

No es que no tenga tema para volver a escribir y para volver a encontrarme con mis lectores (¡ya puedo hablar de ellos, como si me pertenecieran, porque DE FAUNA los tiene!) y es más bien una penosa situación de falta de tiempo.


Aunque hace un par de semanas que no duermo, o que dormito intranquilo, a razón de estar leyendo, preparando clases para recibir y también para ofrecer, y que incluso han llegado madrugadas que me sorprenden con mi bajo eléctrico desconectado, apenas musitando los estentóreos gritos sordos de sus metálicas cuerdas, el asunto de mi vida se volvió una cuestión de tiempo.


Si bien hace tan sólo unos meses era un desocupado, ahora he empezado retirada de proyectos con los cuales soñé siempre y ahora es posible que se vuelvan realidad. Me llegó una hora para delegar y que sean mis amigos quienes soporten y disfruten las mieles de la ocupación. No puedo abarcarlo todo.


Me gustaría haber podido reseñar la Feria del Libro, por ejemplo, pero fui a muy pocos eventos y en los que estuve, me deleité tanto que quizá escribir sobre ellos hubiese sido arruinarlos. De mis hallazgos de nuevos músicos, nuevos archivos que encuentro en "Soulseek" (ése oráculo inagotable de ondas sonoras) o del re-encuentro con el amor, con la atracción, con la coquetería y con la seducción, me gustaría hablar, pero no hay suficientes horas posándose en el alféizar de mis días.


Sin embargo debo anunciar lo imprescindible: una de las empresas más caras que jamás haya soñado, está a punto de ser realidad y es esto de empezar a producir eventos musicales con artistas locales y que en algún momento compartirán también con extranjeros.


La ahora de por si borrosa imagen de Luis Tejada, fumando pipa, apoltronado, con las piernas elevadas hacia el cielo, contra la ventana, es ahora muy lejana. El caso es -eso sí - que gozo mucho este momento, lo atesoro, quiero asirlo, porque también hay otro lugar para el acto de despojarse, de renunciar, de aligerarse (y de a-sombrarse). Cuando ya no quede otro remedio que partir.


La imagen de Pavese me asalta. Le reclamo territorio ahora en lontananza. Hoy estuve en el servicio religioso nuevamente, vine renovado a contraviento de Negri y de Foucault, que ya no me importan y hallé el libro de Jorge Zalamaea que tanto había querido. Por dos mil pesos, como nos gusta en estos días, de barata.


Trabajar cansa (CESARE PAVESE)

Los dos, tendidos sobre la hierba, vestidos, se mirana la caraentre los tallos delgados: la mujer le muerde los cabellosy después muerde la hierba. Entre la hierba, sonríe turbada. Coge el hombre su mano delgada y la muerde y se apoya en su cuerpo. Ella le echa, haciéndole dar tumbos.La mitad de aquel prado queda, así, enmarañada.La muchacha, sentada, se acicala el peinado y no mira al compañero, tendido, con los ojos abiertos.

Los dos, ante una mesita, se miran a la cara por la tarde y los transeúntes no cesan de pasar.De vez en cuando, les distrae un color más alegre.De vez en cuando, él piensa en el inútil día de descanso, dilapidado en acosar a esa mujer que es feliz al estar a su vera y mirarle a los ojos.Si con su piel le toca la pierna, bien sabe que mutuamente se envían miradas de sorpresa y una sonrisa, y que la mujer es feliz. Otras mujeres que pasan no le miran el rostro, pero esta noche por lo menos se desnudarán con un hombre. O es que acaso las mujere sólo aman a quien malgasta su tiempo por nada. Se han perseguido todo el día y la mujer tiene aún las mejillas enrojecidas por el sol. En su corazón le guarda gratitud.
Ella recuerda un besazo rabioso intercambiado en un bosque, interrumpido por un rumor de pasos, y que todavía le quema. Estrecha consigo el verde ramillete -recogido de la roca de una cueva- de hermoso adianto y envuelve al compañero con una mirada embelesada.
Él mira fijamente la marañade tallos negruzcos entre el verde tembloroso y vuelve a asaltarle el deseo de otra maraña-presentida en el regazo del vestido claro-y la mujer no lo advierte. Ni siquiera la violenciale sirve, porque la muchacha, que le ama, contiene cada asalto con un beso y le coge las manos.

Pero esta noche, una vez la haya dejado, sabe dónde irá: volverá a casa, atolondrado y derrengado, pero saboreará por lo menos en el cuerpo saciado la dulzura del sueño sobre el lecho desierto.
Solamente -y esta será su venganza- se imaginará que aquel cuerpo de mujer que hará suyo será, lujurioso y sin pudor alguno, el de ella.
Versión de Carles José i Solsora