viernes

¡Nada sobre Michael Jackson!

A media hora de la entrega del cadáver de Michael Jackson vienen a mi una serie de temas posibles para escribir algún relato, una croniquilla citadina al menos, pretendiendo dar cuenta de cómo estas calles y estas gentes tienen tanto de fantástico como de irreal.
Pienso con frecuencia en los versos de Fayad Jamis que se refieren a una abuela que salta de alegría porque le han dado una receta para fritar sesos o porque le explican las maravillas de la cibernética y las ventajas en la era de la informática, con Internet a bordo.
Pienso cómo hacer unos versos libres sobre el que me pisa el volado del zapato casi nuevo en el autobús articulado y no le importa, o sobre cómo – considero – he sido un músico de blues sin mayores pretensiones pero con el alma alborozada, parecido en ese sentido a Charles Mingus y de cómo es que tampoco pude ganarme la vida como tal, a pesar de los esfuerzos ingentes durante la década pasada. Pero la pasé de lujo.
El asunto es que voy y vengo sumido en estos pensamientos y en la mitad del ir y del venir hasta un conocido sector de bares exclusivos y excluyentes, sucede que hay alguien que sin pensarlo me ha llenado la cabeza de otras cavilaciones, pero no imagino cómo y por qué, siendo alguien tan ocupado, hace estas concesiones conmigo e incluso con los que venían en la fila después de mi.
El personaje me habla de lo difíciles que son los escritores, pero sin usar nunca esas palabras, a pesar de ser esa la intención de los comentarios que provienen de su boca a borbotones. El hombre en cuestión es un editor argentino de visita en Colombia y su equipo está compuesto básicamente por un comunista de extrema que funge de corrector a sus ochenta y tantos años con la brillantez de un recién graduado; un escritor fantasma de apellido Lagos, perdidamente alcohólico pero magnífico en discurso y una abuela díscola que solía escribirle exquisitos parlamentos al ex presidente Menem.
Me presenté casi con ningún texto, excepto la reciente edición de una revista local en la que pusieron textos míos y de los ‘Negacionistas’. Al editor le gusta la publicación, pues le parece cuidada y añade que no existe una revista así en Argentina. Me habla entonces del escritor que murió en la isla del tigre, resistiendo a ser publicado o del pirata de caminos que empezó a entregarles manuscritos, hasta hacerse un escritor desconcertante. Y bien vendido. Lástima cayó de un camión que pretendía asaltar, recientemente.
Hay asuntos que superan la literatura. Y este país está lleno de eso, aún sin la abyección a la cual se someten algunos que aspiran a convertirse en mártires famosos en ese mundo de por si lleno de desdenes.
No creo que haya necesidad de beber hasta la adicción (hasta una anhelada edición) para hacer salir de lo más recóndito de sí mismo, una que otra figura, alguna historia que sorprenda al pretendido público en espera.
Sigo creyendo en otras búsquedas posibles y no en la epicúrea resolución de atormentar el espíritu a través de sucedáneos. Mientras redacto esta nota repentista, veo de reojo el canal CNN en directo desde Los Angeles. Una chica colombiana le responde en buen inglés al reportero: “Michael is an Icon”. Son las 16:08. En breve entregarán el cadáver del hombre de calzones ‘marraneros’ que algunos imitamos durante el final de los ochenta. Eso es triste. Lo otro también. Al editor le interesan mis textos, mis propuestas…las ideas que divagan por el aire, mientras viajo en un articulado por esta ciudad de proxenetas y ancianos con mañas de pedófilo, ancianas sorprendidas con la malla vial y campesinos de zapatos completamente dorados por abonos químicos y el penetrante frío del altiplano.