martes

UNA NOCHE TODA LLENA DE RECUERDOS

Para los que aún no creen y para los que no lo vieron
Una noche toda llena de recuerdos, de aroma de pasteles que se hacen solos en el horno de la vieja gran casa; una tormenta antes de la medianoche, una madrugada llena de luces estelares, un principio de creencia sobre un tiempo estúpido de criminales y asesinos, la certeza de una visita, las canciones que parten en cuatro el alma y las campanas de una iglesia cercana. Para mí la navidad es un tiempo de usanzas y recuerdos que también nos robó la partida de la esperanza en un país de oprobio; ¡es decir que vale celebrarla! Tengo ganas de buscar en el ‘oragoogle’ porque los apátridas, los traidores y otros necios, le huyen como Herodes a una noche mágica del todo. Pero espero más bien que las horas fluyan y que en medio de la pesadumbre de este territorio que ya no es el mismo, la Navidad venga hasta mi. Sólo se creen algunas cosas, cuando se han perdido. Entre ayer y hoy nos dedicamos con mi padre a recordar lo delicioso del ambiente navideño, cuando todo se trataba simplemente de un tarro de leche ‘Klim’ con bastantes piedras y arena, un chamizo muerto enclavado allí con sus últimos frutos secos, al cual rodeábamos de algodón y unas sencillas cancioncillas que cantábamos con devoción en torno a un pesebre tosco de muy viejas figurillas de yeso. Si había modo, se agregarían ‘guirnaldas’ y balones de vidrio que se rompían fácilmente. Desde temprano, los vecinos empezaban a cubrir las calles con festones y con vinos baratos y se entraban a las casas de los otros porque eran bienvenidos y para todos había tamales, caldos, dulces y otras viandas…pues de eso se trataba la festividad. Desde las siete comenzaban a estallar cohetes y volcanes y – en efecto – el que prendía ‘la mecha’ era un macho, ojalá con la colilla del cigarro. Los más pequeños aspirábamos a ésa prueba por venir en los años posteriores, pero escasamente nos dejaron llegar a ‘chispitas mariposa’, una pólvora menos peligrosa que la parafernalia otra. (Supongo que los noticieros poco se encargaban de noticias mínimas cuando se quemaban niños por esta causa, pues eran menos morbosos que los de hoy día) Entonces nada importaba. Prender fuego era purificador y ritualista. Era ello lo que nos hacía hombres y mujeres: seres humanos en el rito del eterno retorno, del volver a comenzar. No creo que fuéramos más espirituales entonces, pero sí mucho más ingenuos (dulce instancia, grato estadio) La Navidad se trataba entonces de golpear ‘corcholatas’, luego perforarlas con puntilla y con martillo en el centro, para entonces acomodarlas en un gancho de alambre dulce y así lograr un instrumento sonoro de acompañar villancicos que llamábamos pandereta, aunque no lo fuera; también buscábamos pífanos y maracas y recuerdo que había siempre un pájaro de plástico al que se le ponía un poquito de agua en su interior antes de soplarle el rabito y era así que cantaba como un auténtico mirlo. La Navidad se trataba de buscar la caja con los trebejos navideños, organizar la casa, mover los muebles, poner la música, ‘timbrar’ tarjetas, llevarlas al correo y recibir otro tanto desde lugares remotos y que siempre se exhibían con orgullo y alegría en los brazos del maltrecho árbol a lo largo del mes. La Navidad era una noche de recetas, de platos fríos, de mujeres metidas horas y horas en la gran cocina y de hombres sirviendo bebidas a los recién llegados o haciendo llamadas telefónicas difíciles a los confines de un país que ya estaba en guerra, pero por el cual se podía viajar a fin de año sin mayores problemas. Había algunos regalos bajo el árbol, sí…de ser posible, aunque siempre había alguien a quien daba duro no tener nada para dar o compartir. Por eso llegaba ebrio como una cuba. La Navidad venía de todos lados y no exclusivamente de los centros comerciales o de la televisión (estas dos monstruosidades prácticamente no existían) y a la medianoche, como si algo verdaderamente supranatural ocurriese, todos abrazabámos a todos, cubiertos de llanto, con un vaso de licor en la mano y un plato de cartón en la otra. Abundaban las uvas pasas, el arroz con cocacola y el tocino. La ponchera se llenaba con sangría y había un licor más fuerte escondido en el ‘bifé’, para cuando llegaran ‘los Rodríguez’…una familia amiga de turno que era infaltable en el ritual. Se contaban noticias, algo extraño pasaba, algo desaparecía, todo empezaba a oler a pólvora y el aire se volvía enrarecido. En efecto el milagro había tenido lugar y casi no lo habíamos percibido. Los arriesgados (que éramos todos) nos podíamos ir entonces en convite (muy de madrugada) para donde los familiares del lejano barrio, en un taxi imposible de los años cincuenta y allí nos recibían con buñuelos y natilla, hechos con ingredientes reales. Otros, aún más valientes pero irrespetuosos de la fecha, salían de la ciudad hacia destinos varios: asunto imprudente pues lo adecuado era quedarse en la barriada. En el patio ululaban los fantasmas y el perro ciego enloquecía con truenos y destellos. Era bello ver aparecer la madrugada. Cuando ya el Niño Dios estaba en nuestras almas, se desgarraba algún papel de regalo sobrante, se entregaba el que faltaba, se guardaba el del ausente. Algunos dormían en la alcoba y los ajenos dormitaban en la sala. Había un ambiente metafísico en el aire del día siguiente, pues Dios había inundado el mundo una vez más con su unigénito. Se sacaban ollas con más viandas, asadores, carbones y ‘palos’ de cerveza para amainar una resaca tranquila. Dios era en la Tierra y traía paz a los hombres de buena voluntad. Los días subsiguientes volvíamos al tedio del trabajo (aún quedaban chispas para otra lumbre vocinglera en la fecha del 31 de diciembre y si acaso en Reyes) pero volvíamos con la certeza de que todo había terminado y no había ninguna otro ocasión: teníamos que comenzar con la tarea de Sísifo otra vez. La Navidad era una noche patafísica, toda llena de colores y de música de fondo…

jueves

EL ENTRAÑABLE MAGAZÍN

En algún lugar, en alguna gacetilla, hojeando y ojeando por ahí viejas revistas literarias, encontré una reseña que hablaba muy bien del viejo ‘Magazín Dominical’ de El Espectador, una grata revista que servía de ventana al universo local literario y desarecida hace ya una década. En ese otro lado, se calificaba al suplemento de ‘entrañable’. Nada más cierto. Si bien algunos manejos (debido a que el ‘Magazín’ detentaba poder y ello corrompe) fueron tan deshonestos como a diario este país vive sus caminos errados, sus inquinas y sus envidias, el ‘Magazín’ era un toldo aparte, un fortín comandado por uno solo y respaldado por secuaces. Pero como fuese, era entrañable. Allí dimos las nuevas generaciones de lectores (y acaso de escritores) con nombres reveladores tanto en la lírica, como en la prosa, la filosofía y las artes visuales. Recuerdo (no del todo claramente) unos versos de Vladimir Holan – por ejemplo – que hablaban de cómo “no es bueno juntarse con un poeta, no es bueno hablar con un poeta, no es bueno ser un poeta”. Nada mejor aprehendido durante esos años. Lástima no le pusimos en práctica. Visitaba por entonces las librerías de viejo, el mercado de pulgas y las casas de los amigos y los números atrasados del suplemento saltaban por allí, como un objeto preciado, pues la gente quería esos facsímiles a como diera lugar, sin ser jamás exorbitante su precio. Algunos lo intercambiaban y otros habían llegado a empastar su colección completa. Hasta el momento yo mismo he retrasado ése ejercicio por varios años (el de empastarlo) y mantengo mi ‘entrañable’ Magazín, más bien organizado en una cajita de cartón…acumulando ácaros y polvo, para disgusto de mi consorte. A donde fui, el Magazín fue conmigo y los recuerdos leyendo apasionadamente texto a texto su contenido, son los mejores. En la casa paterna del poeta y artista plástico Wilmer Echeverry, nos reuníamos domingo a domingo a discutir cada uno de los asuntos, especialmente los que tenían que ver con la poesía y con sus protagonistas, fueran nacionales o extranjeros. Así llegaron a nosotros las primeras noticias de Maiacovski quizá y de René Char, de Hart Crane, de Trakl y de Joszef…poetas de una belleza inigualable y hoy por hoy aún ‘inconseguibles’ en ediciones completas vertidas al castellano, por más esfuerzos ingentes que hayamos tratado de hacer para leerlos en sus lenguas maternas o al menos en versiones del inglés o del francés, los idiomas menos lejanos a nuestra educación media, que ahora resulta enorme (comparativamente con el desastre en contenidos de nuestro sistema educativo de hoy) Hablo de sencillos momentos del siglo xx, procedentes de una década intensa en la cual despertamos a muchos asuntos clave para entender el entorno de ‘la fauna literaria’: los concursos literarios daban prestigio, los recitales de poesía eran bien pagos y había que tener un padrino literario de peso, para asegurar la figuración en el mundo inmundo de la literatura local. Ser publicado en el ‘entrañable’ aseguraba ésa figuración y convertía automáticamente al iniciado, al balbuceante, en poeta ‘mayor’ o joven promesa en ciernes. Por alguna (o algunas razones) fui expulsado con fuerza centrífuga de esos recovecos viciados – a veces pienso que para suerte de favorecer una vida mejor – y mi buen amigo Wilmer Echeverri, con futuro asegurado en el rutilante mundo de las vedettes literarias, con carrera a bordo como protegido, se abstuvo de participar en la carrera de ratas. Parabien en su haber, sabia decisión. Hoy día no hay una gacetilla que se compare al ‘Magazín’. Incluso hay talvez una mejor, pero en un estilo y una dirección distintas. Ganar un concurso literario es un descrédito pues supone haber comprado al jurado; cualquiera da un ‘recital’ en alguna cantina o incluso en auditorios prestantes y aunque lo del padrino literario se mantiene…hay que tener mucho dinero, mucho hígado y mucho tabique para sostener los vicios que exige esa especie de proxeneta que luego ha de prostituir al protegido. Así que no vale la pena. Al fin y al cabo en breve el tiempo nos borrará a todos (‘caeremos al olvido’) y las fotos digitales que tanto nos preocupamos por tener al lado de poetas extranjeros, traerán el pie de foto: De izq. A der. “Fulano de tal y desconocido”. Me parece una magnífica justicia la que el tiempo hará con nuestras presunciones.

domingo

El taxista de Mario Rivero

Por casualidad (aunque quizá no) di con el taxista que paseaba al poeta Mario Rivero por el barrio Santafé en Bogotá, el vecindario de putas y trompetas, proxenetas, puñeteros y familias bien, todos venidos a menos. Salía yo de un concierto de jazz en la Universidad de los Andes a las 8:00 de la noche un viernes, cuando ya el humo de marihuana y el tufillo de los bares se hace casi imposible de soportar en esos otros barrios que antes fueron también de putas y de trompetas (Las Aguas y La Candelaria)pero que siguen teniendo expendios de marihuana y a donde llegan 'zorras' contratadas de otros sectores de esta ciudad inmisericorde, para servir un rato y en dólares a los jóvenes soldados que viven allí, procedentes de Israel o de Turquía. Un ambiente propicio para un poeta de la vida y de la calle como era Rivero. A Mario Rivero le vi decenas de veces descender por la empinada y delgadita calle once mientras los cerros se envolvían de esa bruma mágica de la mañana fría de la sabana y en su primera aparición ante mis ojos, cuando aún no había su cabellera encanecido del todo, me pareció un ser mágico y peligroso a la vez. Sabía que había sido un personaje del circo, un malevo que cantaba tango y aunque no era cierto que se maquillara las ojeras (para pronunciarlas) a Fernando Denis esa posibilidad le causaba una gracia inenarrable y una risa contagiosa. Se le veía siempre a este autor de "Los Poemas del Invierno" vistiendo de negro riguroso, pobre como un ratón de iglesia, bajando en sandalias las calles del barrio La Candelaria, haciendo de incógnito en unas callejuelas que le ignoraron casi siempre pues la ignorancia de los lugareños no les permitía conocerle, saber de sus andanzas, haber leído al menos un par de sus poemas. Eso me dijeron sus vecinos cercanos, los de las arepas con queso que vivían al lado de su desvencijada casa en la carrera segunda, diagonal a la entrada de la Universidad de La Salle. El taxista se asombraba del profuso olor a marihuana que se extendía a lo largo de la tercera, saliendo de la Calle del Embudo, bajando El Chorro de Quevedo, más adelante de la Calle de las Mandolinas. Y me lo comentaba: -¡Qué barbaridad estos muchachos de hoy! Entonces comencé yo con mi arenga de santón redomado, para aludir a mi viejo maestro Oscar Piedrahita de quien tantas enseñanzas justamente había recibido, de cómo él había probado todas las drogas - siendo un jovencito - pero de cómo también le habían gustado tanto que por ello había decidido no volver a probarlas jamás. - Es que en el mundo de los artistas se ven muchos excesos - le dije al viejo en el volante mientras bajábamos por la calle 26 hacia occidente. - Ah, sí, sí señor, éso es muy cierto" - me confirmaba - porque es que ellos llevan una vida...mmm...¿cómo se llama? - ¿Licenciosa? - le digo. - Mmmm...no, no, no...¿cómo se dice? aaah...de bohemia, sí. Yo guardo silencio. Nunca me ha gustado ésa palabra. La correcta me parece es justo ésa: licenciosa. - Imagínese que yo conocí al poeta Mario Rivero...yo le hacía unas carreritas cortas ahí mismo en el barrio o por muy lejos, íbamos desde La Candelaria a Teusaquillo. Con un pequeño silencio de cómplice, el asunto me emociona y me invade la curiosidad. ¿Cómo será y qué dirán los personajes que ven de lejos a sus poetas sin saber de sus vicios privados y sus conductas públicas? - Aaaah...la dulce compañera...decía el maestro cuando olía la marihuana en las callejuelas del barrio, como ahorita. Una dulce compañera que no traiciona... - empieza a decirme el taxista mirando a un lado de la calle 26, perdiendo por unos segundos largos el control de lo que dice y hacia donde guía el diminuto auto. Divaga también como un poeta. Se me antoja que le hicieron mucho daño esos ratos con el bardo obeso de gigante humanidad y taciturno aire. - Esta calle, mi calle/ se parece a todas las calles del mundo/ uno no se explica por qué/ suceden tantas cosas en un minuto/ en una hora, en doce horas/ desde que el sol preña la Tierra. /Tiene puertas como bocas sin dientes/ las mujeres se asoman a las ventanas/ y miran tan lejanamente.../ - ¡Eso es de Mario Rivero! - Del maestro Rivero, sí señor. Imagínese que él se subía en este carro, aquí al lado mío y yo le corría la silla hacia atrás, para que fuera más cómodo... - ¿Casi no cabía? - ¡Qué iba a caber ése gigante! Y me apagaba el radio. - ¿Qué decía, qué le contaba? - Uuuh...no me acuerdo ya de tantas cosas...mmm...de la injusticia, de los gobiernos. Si ellos supieran, si ellos supieran...cuanta injusticia se evitaría, pero no conocen, ellos no conocen nada. En eso suena la canción "Thriller" de Michael Jackson. Yo quiero también apagar el radio. Voy atrás y no puedo; no me atrevo. - Imagínate que el Maestro me regalaba cuanto libro suyo tenía a la mano, cositas... unos libritos blancos pequeños y siempre me los firmaba con dedicatoria. Y un día fui a buscarlos y mi esposa los había botado todos. ¡Casi me privo! (El taxista había pasado ya a tutearme, como si fuéramos dos viejos amigos. Yo lo sigo) - ¿Y...a dónde lo llevabas? - Iba mucho a la Casa del Teatro o simplemente avanzaba unas cuadras ahí mismo en el barrio...eran carreras pequeñas y por eso no alcanzábamos a hablar tanto. - ¿Te regaló la revista 'Golpe de Dados'? - Sí de pronto sí...porque eran como facsímiles delgaditos, cosas que él publicaba...del Banco de la República y perdí todo eso. Le cuento entonces que el poeta heredó la Revista que era una leyenda, a un poeta joven; le doy detalles aunque estoy a punto de bajarme en la tierra sagrada de los muiscas, donde vivo ahora y le confío que también yo viví en La Candelaria, que fui vecino de Rivero y que en una temporada estuve de editor de otra revista famosa (una vez evocando la marihuana y otros vicios, pero no la poesía) Él asiente y mira el taxímetro digital. Le cuento que la revista que dirigía Rivero desapareció a manos de los vilipendiadores del verso y que buena parte de eso se le debe a un hijo de familia que también prometió destruir la casa de los poetas. Y lo logró. - ¿O sea que ése muchacho se torció? - jajajaja...sí, sí señor - le respondo sonriente pues veo que tiene gran habilidad mental al conectar asuntos. - ¡Qué pesar! igual como todo en este país. Nos despedimos de mano, nos deseamos suerte. El autito amarillo dobla a la izquierda en la curva redonda que bordea el edificio. Apenas son las 8:40 y empieza a llover otra vez. No huele a marihuana. BALANCE Es terrible no encontrar a dónde ir. De las casas unas están destruidas, sin lecho, a oscuras y con telas de araña, con lepras en los muros y con espectros tristes. Otras se alzan tan falsas como un decorado. Del palacio o la casa. encantada, la tapicería vemos gastada, anticuada, no hay belleza en aquél lugar, no hay misterio, y continuamos nuestro aislado camino, en el jardín gotea el surtidor del cansancio. Hay posadas que ya no se abren más, por nosotros, con las que hemos perdido el contacto, cuando exentos de excusa, buscamos, titubeantes como un extranjero, o aún como mendigos, lejanos, extraños. Es terrible no saber a dónde ir, al final del día muerto, a la hora en que a veces se bebe o se mata. Encontrar que no hay sendero, no hay camino, no hay puerta, donde llamar, en la fatua sonrisa del /triunfo, o en el pobre final, consumida la Casa del Alma!

sábado

Amiri Baraka "Why's/Wise"

miércoles

PEQUEÑO POEMA HALLADO HOY EN LA ISLA DE MALTA

Dios quiso sanarme, ponerme a salvo en la playa, un rato lejos de la marea. Alejar al Arpón Rojo, dejar que conociera al otro náufrago en la arena de la isla de Malta, con algunos rótulos cada uno debajo del brazo.

Gómez Jattin o la palabra viva

Al poeta RAÚL GÓMEZ JATTIN lo conocí en junio de 1988 y él, por supuesto, ya era un brujo, un adivino, un taumaturgo. La suya era una poesía vivaz, auténtica y arrebatadora (y lo sigue siendo) y conocerle fue la oportunidad de dar con un grande de la poesía en Colombia. Dar - al decir de Jean Arthur Rimbaud - con un predestinado, uno que se había hecho, entre todos, el gran maldito, el gran vidente. Los más jóvenes de ése entonces no le conocíamos, aunque ya él había hecho un largo recorrido entre el derecho, la locura y el teatro, además de la poesía. Al saludarlo por primera vez, luego de una breve lectura privada de sus textos para un pequeño grupo de iniciados que nos reuníamos en la Casa de Poesía Silva los sábados en la mañana, el poeta adivinó mi nombre (cuando apenas era yo uno más de los recién enterados) y también adivinó la intención con la cual me le acercaba: ayudarle a vender su libro primigenio, el ahora muy famoso "Tríptico Cereteano". Gómez Jattin había sido traído principalmente por el escritor Milcíades Arévalo, director de la revista “Puesto de Combate” en Bogotá, desde el mítico Valle del Sinú, en donde el poeta y actor era una especie de monstruo peligroso que sólo a él mismo podía hacer daño, parafraseando versos suyos rayanos con lo autobiográfico y lo descollante de una vida entre austera y desafiante. La visita de Arévalo a Cereté fue una odisea llena del encanto propio de las cosas anodinas que sólo les pasa a los poetas y a los niños y ha sido bien descrita por el autor de “Manzanitas verdes al Desayuno”, tanto de forma oral (para la radio o para sus amigos) como de forma escrita para que eventuales lectores tengan fe de que en verdad, hubo una vez en que Raúl Gómez Jattin caminó por estas tierras. Gómez Jattin fumaba ‘Pielroja’ con la vehemencia de quien está en la cárcel (¿acaso no era él un gato salvaje prisionero en la asfixiante ciudad?) y fue envuelto en volutas azules, en el cuarto miserable del Hotel Regio en el marco del parque Santander, a un costado del Museo del Oro, como le vÍ y le escuché durante un buen rato, cada uno sentado en el borde de una cama distinta, frente a frente, vociferando casi, alrededor de los clásicos, en torno a Ovidio y a Homero y alrededor de ése gran proyecto suyo que se llamaría “El Esplendor de la Mariposa”. Al poco tiempo se supo que Raúl le había prendido fuego a esa covacha; que había gritado a todo pulmón una tanda de improperios contra la directora de la Casa de Poesía Silva (estaba yo allí dentro cuando pasó el bardo de chinelas con su voz de trueno) y a poco que la emprendió a piedra contra los bellos ventanales de esta misma institución de los poetas citadinos, contra los que posan de serlo, muy seguramente. Hubo que visitarlo al frenocomio, como quien visita a un pájaro enfermo que se durmió en la lluvia mientras caían rayos palpitantes y centellas de fuego mortal. Pero al llegar a las puertas del hospicio, Raúl fraguaba un plan para escapar, rompiendo las paredes que contenían su humanidad adolorida…maceta y cincel en mano, dando golpes contra el mundo. Se supo luego que le gustaba torear los buses y los autos en Cartagena de Indias, como un quijote costeño que cree ver gigantes o demonios en los burdos automotores; también se dijo que contra él habían atentado oscuras fuerzas. Para que sirva la memoria de los jóvenes, cuando llevo el libraco aquel en buen estado con la rúbrica de Raúl Gómez Jattin a las aulas de la mustia academia y leo sus poemas en voz alta o pongo el vozarrón del propio bardo del valle del Sinú en el disco de la HJCK, se vuelve a sentir ése furor de entonces, se pone de moda otra vez este poeta maldito, los muchachos saben de memoria uno que otro verso, las muchachas creen haberlo visto debajo de la cama. Es esta la única manera de mantener viva la palabra. Se recomienda leer la crónica de Milcíades Arévalo sobre Gómez Jattin en: http://triunfo-arciniegas.blogspot.com/2010/04/milciades-arevalo-raul-gomez-jattin-un.html (De donde se han tomado las imágenes que ilustran esta breve semblanza)