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VISITA JAZZ AL PARQUE / SE MUEREN NUESTROS MÚSICOS

Hacer música en Colombia es igual como la titánica tarea de Sísifo: se trae a cuestas una piedra tan pero tan pesada, que creo que es por eso que hay que dejarla rodar una vez se llega a la cima, para repetir infinitamente esta operación casi ritual ad infinitum, para usar justamente un concepto musical, un término que a veces se dice irresponsablemente como una forma irónica de señalar que el tema es fácil y que va “hasta el lunes” cuando – por ejemplo - la secuencia de acordes es la de un modesto blues.
Pero en la vida, no es fácil hacer ese blues y componer sus acordes en tonos menores que conmuevan a tal grado a un grupo, que les haga llorar profundamente sin la necesidad de una cebolla en picadillo, como en la novela de Gunter Grass.
En ello tienen que ver diversas situaciones. La materia prima por ejemplo, pero en este país hay de sobra sufrimiento ¿Qué más quisiera un buen bluesman? Entre violaciones, mutilaciones y asesinatos impunes, se podrían producir al menos diez álbumes dobles al mes, con buena factura y excelentes contenidos como en lo más abyecto del blues seminal americano en los primeros años del siglo veinte cuando la prostituta estiraba la mano en mitad de una tormenta a un transeúnte de abrigo y de paraguas para pedir un aventón hasta la cama o un cuarto de centavo al menos. En los intervalos esta misma mujer cantaba una canción con acento acongojado: ¡un blues de la más dolida estirpe!
Pero ese no es estrictamente el tema. La materia prima está. Aquello de lo cual adolecemos, es de una conciencia de lo estético y de una política clara respecto del sentido que tiene grabar, cantar, ganarse la vida con unos pocos garabatos en papel pentagramado. “Una conciencia limpia/ de criminal o de artista” diría nuestro poeta de “El Transeunte”, Rogelio Echeverría.
Por ello vale la pena respaldar (por ahora sin mayores miramientos al Estado, sin preguntarnos mucho el porqué o el para qué) a los artistas locales de jazz que vienen estos días a la tarima del buen Festival gratuito de cada año en el Parque el Lago en Bogotá para el Jazz al Parque 2009 o (los más afortunados y con amplio presupuesto disponible) al Festival de Jazz del Teatro Libre.
Estos músicos son remunerados. Pasan una prueba difícil ante un jurado implacable (lo sé porque yo mismo fui uno de ellos) y la recompensa en realidad es que el público colombiano los respalde. Este año no habrá una programación estricta. Es decir, para escuchar a Adrián Iaies o a Jay Rodríguez habrá que estar presente durante todo el tiempo de duración, pues no se dispondrá de una programación abierta de tal modo que quizá ello garantice la permanencia de los aficionados.
CODA. En pasados días vi a alguien que pensé sería un imitador del excelente guitarrista colombiano Gabriel Rondón en un centro comercial del noroccidente bogotano, en medio de los comederos de casino típicos de esos impersonales sitios. Llevaba guante oscuro de lana en una mano, un sombrero de ala ancha y unas antiparras enormes de grueso marco. Sonaba tan raro y trasteaba tanto que pensé que no era un buen imitador, salvo por su aspecto. Definitivamente no podía ser ése figurón en un comedero popular. Pero me acerqué un poco para conservar la imagen hilarante del imitador. A unos metros vi el cabello largo recogido, blanco como una esperma derretida. Y le reconocí. ¡Era el cadavérico maestro en persona! Al siguiente día sufrió un derrame cerebral y de ello sólo han pasado ocho días a la fecha de esta nota.
La reflexión, como otras veces, se dispara (o se refunde) hacia aquello que hay de efímero en la vida y de cómo los sonidos son también un espectro mágico de segundos, como cuando la pesada roca rueda cuesta abajo hacia la falda de la empinada cuesta.