Lo cierto también es que la cofradía blusera se reúne en una bodega de ambiente hostil en la calle 73 con 12, al norte de Bogotá. Memo propuso allí, varios años atrás, un miércoles dedicado al blues, pues este género ha sido su entrañable pasión musical. Era un pequeño local sucio y maloliente pero con buenas intenciones. Su dueño, incluso, asistía a su propio negocio en ésa época.
Es una suerte que a Memo todavía le dejen entrar allí, pues aunque el área del sitio es ahora considerablemente más amplia, posee una tarima y un pésimo pero ensordecedor sonido para las agrupaciones y está salvaguardado y atendido por truhanes metaleros sacados de la revista “Metal Hammer”, no es un sitio romántico, ni evocador, ni mucho menos blusero –como es su pretensión- y por supuesto tampoco se puede hablar con los amigos.
La programación variopinta del muy lucrativo negocio –una vez franqueada la insufrible e incómoda requisa de los guardianes de la entrada – oscila entre Alice Cooper, Judas Priest y Guns and Roses: es un vulgar sitio de hard rock y metal pesado, émulo de los decadentes “amanecederos” (¡que nombre tan sordido pero apropiado!) que tenían lugar otrora sobre la avenida caracas a la altura de la 60, a comienzos de los noventa, pero esta vez con precios altos y con admisión de oficinistas encorbatados del sector.
Guillermo Cristancho también fue asistente a pútridos locales de ése estilo como “Purpura” o “Heaven” y una vez perdió allí sus anteojos. Era la época en que estaba al servicio de la militancia roquera y de la vida nocturna que en últimas es el mejor terreno para el cultivo de ideas musicales.
Si bien no es solamente Cristancho uno de los gestores del blues local, huelga recordar que hizo parte de una banda llamada “Los Lim Ones” con el exquisito cantante británico Bill Dickinson, un amable y culto profesor de lenguas, experto en Historia del Arte, que llegó al país en los sesenta como hippy sietesuelas y confeso recorremundos y aquí estableció su hogar y su familia.
Dickinson per se es una escuela. Conoce bien la historia del blues y el soul y el rock n’ roll británicos y por su acento, cantar con él o escucharlo cantar, es lo mismo que tener a cualquiera de los bluesmen de su tierra. Su interpretación del clásico “I got my Mojo Workin’” es sencillamente insuperable y por demás muy emotiva. Buen bajista también, Dickinson fue un día a Chapinero a comprar un encordado para su viejo Fender y llegó a uno de aquellos famosos conciertos de la Sala Lumiére en la Alianza Colombo Francesa del centro, con un contrabajo chino al que arrancó bellas, profundas y auténticas “notas azules” desde entonces.
Otros extranjeros fueron también piezas claves en la consecución de un sonido local propio y en la recepción de “trucos” y esencialidades propias de la actitud blusera, mucho tiempo antes de la era de internet ¡qué fortuna haber recibido consejos por parte de ellos y no tener que bajar un archivo de la red que enumere “tips” sobre la verdadera actitud blusera!
André y Phillip fueron dos mas de esa grupa. André vino también del Reino Unido, en los noventa, huyendo de la INTERPOL por cargos como porte y tráfico ilegal de drogas y era un muy buen guitarrista y cantante de blues que hacía parte de una agrupación tan sorprendente que no tenía mucho que envidiarle a los “Bluesbreakers” y en su formación actuaba el mismo saxofonista de planta que tocaba para la banda de James Brown.
La banda de André se llamaba “Two Way Stretch”, me la puso a sonar en una cinta de cassette que traía en el bolsillo de su camisa y me estremeció tanto que fue así como me di cuenta que a los músicos locales nos hacía falta mucho trecho aún por recorrer. Si esto es lo que hace una banda pequeña –me dije a mi mismo-, digamos una banda local que aunque ya había grabado tres discos no era de talla internacional, ¿en qué grandes pasos estarían las agrupaciones mejor consolidadas?
André me dio una tarde a guardar un maletín de piel en un local de blues y jazz que teníamos mi baterista y yo en la carrera quinta con calle 19, en pleno centro bogotano y que se llamaba “El Gato Eléctrico”. Desconfiado lo recibí. Me di cuenta que lo estaban siguiendo, que estaba en un “hard bussiness” y que probablemete habría de involucrarnos a mi socio y a mi en alguna situación delictiva.
Volvió como ebrio, alucinando. “Yo soy un hombre de blues” –me dijo en su acento extranjero, casi agarrándome de la solapa- “y si quieres que te lo demuestre...consígueme una guitarra para cuando regrese” Se llevó el maletín, tambaleando y no volvió hasta pasados ocho días exactos, un lunes en la tarde.
Es una suerte que a Memo todavía le dejen entrar allí, pues aunque el área del sitio es ahora considerablemente más amplia, posee una tarima y un pésimo pero ensordecedor sonido para las agrupaciones y está salvaguardado y atendido por truhanes metaleros sacados de la revista “Metal Hammer”, no es un sitio romántico, ni evocador, ni mucho menos blusero –como es su pretensión- y por supuesto tampoco se puede hablar con los amigos.
La programación variopinta del muy lucrativo negocio –una vez franqueada la insufrible e incómoda requisa de los guardianes de la entrada – oscila entre Alice Cooper, Judas Priest y Guns and Roses: es un vulgar sitio de hard rock y metal pesado, émulo de los decadentes “amanecederos” (¡que nombre tan sordido pero apropiado!) que tenían lugar otrora sobre la avenida caracas a la altura de la 60, a comienzos de los noventa, pero esta vez con precios altos y con admisión de oficinistas encorbatados del sector.
Guillermo Cristancho también fue asistente a pútridos locales de ése estilo como “Purpura” o “Heaven” y una vez perdió allí sus anteojos. Era la época en que estaba al servicio de la militancia roquera y de la vida nocturna que en últimas es el mejor terreno para el cultivo de ideas musicales.
Si bien no es solamente Cristancho uno de los gestores del blues local, huelga recordar que hizo parte de una banda llamada “Los Lim Ones” con el exquisito cantante británico Bill Dickinson, un amable y culto profesor de lenguas, experto en Historia del Arte, que llegó al país en los sesenta como hippy sietesuelas y confeso recorremundos y aquí estableció su hogar y su familia.
Dickinson per se es una escuela. Conoce bien la historia del blues y el soul y el rock n’ roll británicos y por su acento, cantar con él o escucharlo cantar, es lo mismo que tener a cualquiera de los bluesmen de su tierra. Su interpretación del clásico “I got my Mojo Workin’” es sencillamente insuperable y por demás muy emotiva. Buen bajista también, Dickinson fue un día a Chapinero a comprar un encordado para su viejo Fender y llegó a uno de aquellos famosos conciertos de la Sala Lumiére en la Alianza Colombo Francesa del centro, con un contrabajo chino al que arrancó bellas, profundas y auténticas “notas azules” desde entonces.
Otros extranjeros fueron también piezas claves en la consecución de un sonido local propio y en la recepción de “trucos” y esencialidades propias de la actitud blusera, mucho tiempo antes de la era de internet ¡qué fortuna haber recibido consejos por parte de ellos y no tener que bajar un archivo de la red que enumere “tips” sobre la verdadera actitud blusera!
André y Phillip fueron dos mas de esa grupa. André vino también del Reino Unido, en los noventa, huyendo de la INTERPOL por cargos como porte y tráfico ilegal de drogas y era un muy buen guitarrista y cantante de blues que hacía parte de una agrupación tan sorprendente que no tenía mucho que envidiarle a los “Bluesbreakers” y en su formación actuaba el mismo saxofonista de planta que tocaba para la banda de James Brown.
La banda de André se llamaba “Two Way Stretch”, me la puso a sonar en una cinta de cassette que traía en el bolsillo de su camisa y me estremeció tanto que fue así como me di cuenta que a los músicos locales nos hacía falta mucho trecho aún por recorrer. Si esto es lo que hace una banda pequeña –me dije a mi mismo-, digamos una banda local que aunque ya había grabado tres discos no era de talla internacional, ¿en qué grandes pasos estarían las agrupaciones mejor consolidadas?
André me dio una tarde a guardar un maletín de piel en un local de blues y jazz que teníamos mi baterista y yo en la carrera quinta con calle 19, en pleno centro bogotano y que se llamaba “El Gato Eléctrico”. Desconfiado lo recibí. Me di cuenta que lo estaban siguiendo, que estaba en un “hard bussiness” y que probablemete habría de involucrarnos a mi socio y a mi en alguna situación delictiva.
Volvió como ebrio, alucinando. “Yo soy un hombre de blues” –me dijo en su acento extranjero, casi agarrándome de la solapa- “y si quieres que te lo demuestre...consígueme una guitarra para cuando regrese” Se llevó el maletín, tambaleando y no volvió hasta pasados ocho días exactos, un lunes en la tarde.
1 comentario:
Me encanta que se digan las verdades y la verdad muy poco o nada de esta historia era conocida para mi. Yo recuerdo que antes era mas delcioso ir a un lugar para escuchar blues...comparto la idea de lo ruidoso que es CRABS. CLara NUbia EsTRella
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