El autor del siguiente texto fue invitado, como él mismo lo cuenta, por el grupo de poetas jóvenes autoproclamados como "negacionistas" para que los presentara en la Casa de Poesía José Asunción Silva, el pasado Viernes 27 de abril de 2007.Aquí la reproducción del mismo.
Estamos aquí reunidos para celebrar una vez mas la poesía, la literatura -si ustedes lo prefieren- o la vida misma, como quiera que sea el conjunto de elementos de un naufragio: objetos raros que acaso sean exactamente guiños, o fragmentos de una totalidad, astillas de lo que crujió y sobró mas allá de las tormentas. Estamos aquí reunidos para nombrar a una grupa de muy jóvenes escritores que se han autoproclamado “Negacionistas” y con ello quizá estemos frente al último de los ismos pretendidos mas allá de la muerte de la imagen y en la mitad del caos presentido y que muy a su pesar, como en una suerte de raro calambur, son la paradoja y la contradicción propias de este tiempo, pues precisamente en sus actos simbólicos de negación, es cuando mas afirman su trino trágico, su destino inexpugnable.
Me han invitado a leer poemas propios como coda de los suyos, esta noche y para que haga esta breve entrada a manera de bienvenida. Para empezar la discusión o abrir el interés en la importancia que puedan tener los gregarismos en la creación literaria, me han permitido hacer una referencia sucinta sobre los grupos literarios locales mas recientes, posteriores a la llamada generación desencantada o generación sin nombre que Juan Gustavo Cobo Borda refiere en su “Historia de la Poesía Colombiana”, en contraste con algunos autores nacidos en los años sesenta y setenta que están ahora mismo en búsqueda de un reconocimiento a través de obras en cocción: libros primerizos, letras ventilándose en la noche de la desprevención, versos madurando en el áspero forcejeo de este tiempo al que parece que nada le sorprende.
No se trata, por la brevedad misma de este encuentro, de un estudio docto ni mucho menos minucioso y mas bien sea la mínima reseña inicial de un panorama que no se había ventilado antes mas allá de los corrillos literarios, que por supuesto hoy día no ocurren en los aburridos cafecitos del centro de la ciudad, sino en los movidos bares de música electrónica, rock n’ roll latinoamericano o algún apartamento de alquiler en Chapinero o en Kennedy.
Del post desencanto a los talleres literarios
A mediados de los años ochenta deviene entre un grupo de jóvenes nacidos entre el 65 y el 75 un remarcable interés por la poesía y por el acto de intentar escribirla tan intenso como encomiable y ello está enmarcado entre la posibilidad de entrar a la vida académica universitaria, el agónico suspiro de las revoluciones, la caída del muro de Berlín, la perestroika y el temor y la desconfianza de salir a deambular por la ciudad, debido a las bombas del narcotráfico.
Este entusiasmo por leer e incluso por escribir es avivado por la creación de una Casa dedicada por entero a la poesía, con biblioteca especializada y sala de lectura, librería, sala de conferencias y una nunca antes oída, sorprendente fonoteca. Con ella vienen entonces una serie de clases magistrales guiadas, en su primera cohorte, por los poetas que en aquel entonces las Lecturas Dominicales del periódico El Tiempo publicaba y denominaba “jóvenes”: estos son entonces algunos de los representantes de la generación desencantada: Nicolás Suescún, Harold Alvarado Tenorio, Jaime García Maffla y Juan Manuel Roca.
Un libro con entrevistas breves y una muestra de poemas hecho por Rosita Jaramillo (Oficio de Poeta,1978) había dado cuenta de ellos. Entre la muchachada que para 1986 lejos estábamos aún de cumplir 18 años, nos eran familiares otros varios poetas como Darío Jaramillo Agudelo, Giovanni Quessep, María Mercedes Carranza, Oscar Piedrahita González, Alvaro Rodríguez Núñez, José Luis Díaz – Granados, Néstor Madrid Malo, José Pubén, Henry Luque Muñoz, Omar Ortiz, Edmundo Perry, Jaime García Maffla, Raúl Gómez Jattín, Guillermo Martínez González, Armando Orozco, José Manuel Arango o Mario Rivero, sin descontar a nadaístas como Jaime Jaramillo Escobar, Jotamario o Elmo Valencia entre muchos otros.
De aquellas clases magistrales que se conocieron como los “talleres de la Casa Silva”, surgirían algunos grupos literarios que aunque han sufrido las fragmentaciones y los avatares propios de una época de reveses, mas las insospechadas luchas del intrincado carácter de lo humano, son una única muestra de cohesión en torno a la creación literaria y el ejercicio editorial de los años mas recientes.
Ellos son el grupo de la revista “Común Presencia” liderada por Gonzalo Márquez Cristo quien deslumbró por aquella época con su libro “Apocalipsis de la Rosa” y el grupo en torno a la Revista “Ulrika” dirigida por Rafael Del Castillo. Con estos grupos se logran algunas fracturas importantes en el lenguaje y en los temas, pues comienzan a contar la ciudad que desborda la muy focalizada y decimonónica ciudad del Café Automático o El Cisne, para volcar la mirada desde la periferia en barriadas como Kennedy o Centro Nariño. En particular algunos miembros de la Revista “Ulrika” proponen ese acervo y no niegan su devenir –aunque ilustrado en la universidad pública- provinciano y de ahí los temas a desarrollar. “El Montallantas”, emblemático libro de poemas de Robinson Quintero, no intenta elucubraciones mas allá de su propia infancia y su realidad en el taller outsider de su padre, al lado por supuesto, de una carretera. De igual manera Del Castillo en su poema “animal de baldío”, no se atreve mas allá del universo vibrante en un lote cercado mientras una bestezuela pace en ese confín. Mauricio Contreras celebra y emula en su mas reciente libro, al perro que se despereza a la luz del sol de un nuevo día mientras menea la cola. En Armando Rodríguez Ballesteros las moscas describen “figuras caprichosas en el aire”. Y cantan juntos a la amistad y a la embriaguez, inevitables, a pesar suyo. Aparte de los mencionados y de John Fitzgerald Torres –miembro original de los llamados “ulrikos”, Gustavo Adolfo Garcés, Joaquín Mattos, Orinzon Perdomo, los hermanos Fernando y Guillermo Linero, Juan Carlos Galeano, e incluso Victor Gaviria, hicieron parte entre varios otros poetas, de esa cofradía que tiene en su haber logros importantes como las varias versiones de un encuentro internacional de poesía que trajo hace casi diez años, por ejemplo, al maestro chileno Gonzalo Rojas e intentó por contacto y a través de Jotamario Arbeláez, traer al legendario poeta beatnik Allen Ginsberg, poco antes de su muerte.
Una nueva “generación del 98”
También procedentes en su mayoría de los “Talleres de la Casa Silva” vendría una generación hoy en día dispersa, nacida en los años setenta, de uno o dos libros publicados hasta ahora y, como los de “Ulrika” con poco capital social, de clase media, e ilustrados en la universidad privada, algunos, básicamente en carreras como periodismo o arquitectura. Estos provienen de la música rock, han leído las traducciones de los poetas expresionistas alemanes y se encuentran por primera vez en la misma página de poesía del suplemento dominical del periódico que diez años atrás les había traído noticias de sus ancestros bardos.
En esa página de finales de 1997 aparecieron impresos poemas de Victor de Currea Lugo, John Galán Casanova, Sandra Uribe, Gabriela Santa, Fernando Denis, Andrea Cote, Yesmer Uribe Vitobisch, Jorge Humberto Villanueva, Nelson León, Andrea Bulla y quien redacta estas líneas, que a su vez se impuso como tarea conectar y presentar la pretendida “Generación del 98”, acto generoso a través del cual José Luis Díaz-Granados propone una posible vinculación generacional entre los mencionados y su hijo Federico, quien acababa de publicar su primer libro, “Las voces del Fuego”.
Nos propusimos entonces encuentros semanales que apuntaban a recobrar nuestra propia historicidad (la local y la universal), recobrando lecturas, discutiendo vanguardias, compartiendo autores que para unos eran familiares y para otros novedosos. Nos propusimos presentarnos en diversos lugares como grupo literario, haciendo algunas performancias, libando de una calavera al estilo de la gruta simbólica de Jetón Ferro y Julio Flórez, leyendo manifiestos de creación colectiva o pretendiendo la muerte de la rígida razón, diseccionando vísceras en público. A la Feria del Libro de 1998 fuimos con la intervención de dos modelos desnudos que caminaron sobre pétalos de rosa y un tapete rojo y en la Alianza Francesa organizamos ciclos de lecturas de poemas con invitados para la interlocución, del peso de Juan Manuel Roca y William Ospina.
Esta fue una generación de referente icónico. En cambio de cobrar distancia de los autores de mayor influjo, se les hizo eco y se les amplificó y teníamos lugares comunes, personajes afines para cantar y celebrar: Jim Morrison, Arthur Rimbaud, Alejandra Pizarnik. Pero de la simpatía por el rock provino entonces la posibilidad de cantar al estilo lúgubre de la tendencia “gothic”, para ensayar una estética rumorosa entre lo lúgubre y lo simbólico de un mundo expectante.
Vitobisch dice en su “Poema del circo y el infierno” que “es maravillosa la hora después del espectáculo” en el circo, pues este es también: “una sala de urgencias, un cementerio, apenas una puerta entre la risa y el espanto”. Aunque no sea necesariamente novedosa la aparición del vampiro en literatura, la expresión metafórica del poema vampiro atravesó a esta grupa como un dardo o como una estaca.
Humberto Villanueva era, sin saberlo, de la estirpe de Rilke o de Attila Joszef; es decir, los poetas videntes capaces de percibir a profundidad la existencia y predecir su muerte. “El equilibrista” es el nombre de su único libro de poemas y en el texto del mismo nombre en el que aventura una inquietante metáfora del desasosiego y la caída sin remedio, el poeta explica porqué, aunque la familia del personaje que habla en primera persona tiene un circo, nunca él pudo involucrarse como fonomímico o payaso, pero prueba suerte en la cuerda floja hasta que un día dice “he dedicido perder el equilibrio”. Villanueva, en efecto, cayó al vacío en diciembre de 2005 desde un techo de dos aguas, en una casona chapineruna, mientras intentaba malabares en su bicicleta, arriba en ese techo de barro.
Negacionismo: estética en curso
Pienso que un día se van a borrar los prejuicios temporales y hasta estéticos entre uno y otro grupo literario medianamente cercanos en edad. Pero ése es quizá demasiado otro asunto. El “Negacionismo” es diametralmente opuesto a sus predecesores inmediatos.
La pregunta abierta entonces es, hasta este momento, la del porqué y para qué un grupo literario en tiempos aciagos, en tiempos en que es inútil –mas que nunca- el acto de escribir. Unos versos de Pablo Estrada lo confirman: “¿Para qué poetas/si hay cáncer y sida/y cómo clonar la vida?/¿Para qué si/hay toda clase de drogas/nirvana, karma y yoga?/¿Para qué si hay donde sea dementes bisexuales, neonazis e indigentes?/
Para referirme al “Negacionismo” me distancia, para fortuna de todos, mas de una década en edades y escasamente me une con ellos una lectura de sus poemas y ligeramente mi perdido gusto por su vigente amor hacia el heavy metal. Algo de lo mas saludable posible: la serenidad de la distancia. Se me ocurre que tampoco engrasan sus cabelleras como lo sentenciaba Rimbaud, ni que son muy peligrosos, como decían los nadaístas. Sí están emparentados con la vanguardia, lo explican en sus manifiestos, pero entienden que las vanguardias murieron. A través de la negación se explican y en efecto, como aventuramos en un comienzo, les preocupa la historicidad. Anotan en su manifiesto titulado ¿Qué NO es el Negacionismo? Lo siguiente:
El negacionismo NO es un nuevo movimiento literario.
El negacionismo NO es una corriente estética o un estilo artístico.
El negacionismo NO tiene orientación ideológica alguna.
El negacionismo NO tiene principios o finalidad.
El negacionismo NO tiene sentido.
Y tampoco es absurdo.
Nadie conoce el negacionismo.
Julián Molina privilegia los aforismos que acaso incluyen una lectura interior e interna de su grupo, de su época y de su generación, muy al estilo de la “modernidad líquida”, donde hay condena y cada quien está sometido a lo que se merece. Escribe Molina:
El capitalismo es un laboratorio de control de calidad de vida.
Las oficinas son prueba contundente de la civilización...¡Cómo se han humanizado las mazmorras!
La idea de la salvación la persigue todo aquel que no es capaz de sentenciarse a vivir por sus propios medios.
Existen sólo dos senderos que no se ramifican: La perdición y la salvación.
Un mundo a nuestra imagen y semejanza es la negación del mundo.
Los negacionistas devienen rockeros y es algo que hacen evidente, pues se presiente el eco, la mimesis del artista que presenta la apertura de un concierto y hasta parece haber encantamiento por ello, en contraposición de las “estrategias del desencanto” de las que habla Rossana Reguillo. Larry Mejía intenta una taxonomía del lenguaje y de los lugares de enunciación de los objetos cotidianos, acaso para re simbolizar los sentidos y reír de ellos, como en su poema “senti-miento”: “Vive mucha gente en el barrio La Soledad
En La Perseverancia nadie persevera ni alcanza
En El Palacio no hay más que tres mesas de billar
y una carambola de injusticia”
Se hace posible pensar que una afección gregaria en torno a la literatura supone hoy día, tenacidad y anhelo de permanencia y comunidad de emoción, a contracorriente del abyecto individualismo de nuestro tiempo y es el espacio para compartir intuiciones y molestias, en temporada oscura para un ejercicio literario que imita las dinámicas sociales, pues al interior de sus, concentrados, oscuros círculos se hacen señalamientos, se recurre y se da fe a la práctica de la maledicencia, se omite y se silencia al otro, por peleas personales cazadas (o qu otros cazaron por uno) y pocas veces se privilegia el trabajo y la obra en curso.
Escuchemos pues las voces del “negacionismo” una grupa insistente que, de perseverar, serán una voz renovadora en la poesía colombiana.