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BREVE HISTORIA DEL BLUES BOGOTANO

Otros extranjeros fueron también piezas claves en la consecución de un sonido local propio y en la recepción de “trucos” y esencialidades propias de la actitud blusera, mucho tiempo antes de la era de internet.
André y Phillip fueron dos mas de esa grupa. André vino también del Reino Unido, en los noventa, huyendo de la INTERPOL por cargos como porte y tráfico ilegal de drogas y era un muy buen guitarrista y cantante de blues que hacía parte de una agrupación tan sorprendente que no tenía mucho que envidiarle a los “Bluesbreakers” y en su formación actuaba el mismo saxofonista de planta que tocaba para la banda de James Brown.
La banda de André se llamaba “Two Way Stretch”, me la puso a sonar en una cinta de cassette que traía en el bolsillo de su camisa y me estremeció tanto que fue así como me di cuenta que a los músicos locales nos hacía falta mucho trecho aún por recorrer. Si esto es lo que hace una banda pequeña –me dije a mi mismo-, digamos una banda local que aunque ya había grabado tres discos no era de talla internacional, ¿en qué grandes pasos estarían las agrupaciones mejor consolidadas?
André me dio una tarde a guardar un maletín de piel en un local de blues y jazz que teníamos mi baterista y yo en la carrera quinta con calle 19, en pleno centro bogotano y que se llamaba “El Gato Eléctrico”. Desconfiado lo recibí. Me di cuenta que lo estaban siguiendo, que estaba en un “hard bussiness” y que probablemete habría de involucrarnos a mi socio y a mi en alguna situación delictiva.
Volvió como ebrio, alucinando. “Yo soy un hombre de blues” –me dijo en su acento extranjero, casi agarrándome de la solapa- “y si quieres que te lo demuestre...consígueme una guitarra para cuando regrese” Se llevó el maletín, tambaleando y no volvió hasta pasados ocho días exactos, un lunes en la tarde.
Auténticos Bluesmen merodeando en el barrio de Las Aguas en Bogotá
No por casualidad tenía una guitarra eléctrica en mi lugar de trabajo: ese cafecito en el cual sonaban de forma exclusiva las “notas de paso” de contrabajistas como Jimmy Garrison o Charles Mingus o los “riffs” lujuriosos de Buddy Guy o Albert King.
Le presté, ex profeso, la guitarra eléctrica de mi amigo y compadre Orlando Parra, miembro fundador de la legendaria big band de la que hablaremos mas adelante y entonces André, en efecto, demostró porque era un auténtico “hombre de blues”.
Escasamente pasaba los 35 años de edad y tenía una voz privilegiada, buena técnica en la digitación del instrumento, magnífica imaginación y tocaba muy bien la armónica, “el saxofón de los pobres” como él mismo me enseñó a nombrar ése adminículo sonoro.
Me contó sobre su larga escena en el tablado de ilícitos y no era breve tampoco su parlamento. Su historia estaba resumida en el mismo nombre de la banda: “Two Way Stretch”. ¿Sabes que significa eso? –me preguntó y yo asentí – “Sí, ‘Dos Caminos Estrechos’”, a lo cual él corrigió diciendo: ‘Dos vías que se juntan’, pero también quiere decir ‘Doble Condena’ que es precisamente lo que pesa sobre mi porque me buscan tanto en territorio inglés como en colombiano”. Hizo una pausa ligera y agregó tomando su cabeza entre los brazos acodados en la barra: “That’s the story of my life” y volvió a su silla donde le esperaba un vaso de cerveza y una muchacha muy bella.
André rompió una cuerda de esa guitarra ajena. Debí reponerla ipso facto para cubrir el pequeño delito, pero todo fue inútil, pues su dueño original se dio cuenta al simple contacto visual con su querida Jackson clásica.
Luego llegó a ése mismo local otra semi leyenda urbana: Philliph. Un buen armonicista proveniente de Chicago quien aseguraba haber sido manager de Sonny Terry y Brownie McGhee quienes juntos, como sabemos, fueron la leyenda viviente mas singular de la época dorada del llamado “Country Blues” de los años veinte y que sobrevivieron a las modas del Heavy Metal, el Hard Rock y aún en los noventa, de la parafernalia del Hard Core neoyorquino.
Philliph dominaba el “soul’s teethbrush” (‘el cepillo de dientes del alma’) con la misma destreza de sus maestros inmediatos; varios años menor de 40 años, su cabeza se había despoblado de cabello y aunque era blanco y de estatura media, sonaba negro por donde se le pusiera atención.
Tocamos algunos “standards” bluseros. Me daba cordenadas en un inglés callejero o en un spanglish arrastrado: “esto es un i flat, luego la progresión is la misma, the same riff, yu nou...nau este es si, ef, yi and si... eguen, como la toca yan li juka”.
Nos entendimos de maravilla y terminé invitándolo a tocar una jam session de blues el viernes siguiente. Le explique que no podía pagarle mucho pues el negocio apenas estaba comenzando. Él accedió sin reparos porque le interesaba mucho lo de tocar en la ciudad, pues ése justamente era su cometido: darle vuelta a América con la armónica.
Corrimos la voz entre amigos, conocidos y clientes de “El Gato Eléctrico” y a pesar de que la convocatoria fue buena y se presentaron entre otros, Giovanni Reyes, el guitarrista de la muy reconocida banda Blue Derek y el sorprendente bajista de jazz, Ricardo Barrera, conocido como “Tacha”, el armonicista norteamericano nunca llegó. De hecho, nunca mas volví a tener noticias suyas.
One night at Electric Cat: the elemental sessions
En “El gato Eléctrico” se llego a reunir la crema y nata de una auténtica sociedad ‘blusera y jazzera’ bogotana. Como invitábamos al incipiente público a través de afiches y volantes y de vez en cuando la prensa y la radio nos ponían cuidado, teníamos suficiente convocatoria para una selecta grupa de seguidores de los géneros que programábamos allí desde discos compactos originales y uno que otro acetato de sellos conocidos como Alligator, Chess o Virgin.
Habíamos decorado el lugar con reproducciones a color de carátulas del sello Blue Note en las cuales figuraban el organista Jimmy Smith, el guitarrista Grant Green o el saxofonista Dexter Gordon y dibujamos un gigantesco mural en el que aparecía un tinglado multicolor que alcanzaba a representar dos o tres octavas de un figurado piano de jazz o de blues.
El pequeño local olía muy bien pues el café siempre estaba fresco y su aroma salía hasta el pasillo de ese mezanine de la calle 19 con cuarta y aromatizábamos el baño con lavanda, barríamos y aspirábamos la alfombra al menos una vez al día (cuando no dos o tres) y encendíamos canela en palitos de incienso de la india o con sagrada esencia de sándalo llenábamos un mechero que se animaba con velitas de colores, destinado todo a convocar a las buenas energías.
Ofrecíamos pan fresco de uvas, hojaldre y queso y la variedad de bebidas calientes o frías nos parecía ingeniosa y atractiva tanto por sus sabores como por sus nombres: un café caliente con helado era un “Holiday”, uno con hielo, azúcar y brandy era un “Ascension” y el cocktail favorito de la casa era una mezcla de tequila, cerveza y tabasco que llamamos “Tijuana Mingus”.
Allí se dieron cita las gentes de la radio cultural y los músicos de blues y jazz y por supuesto, el público que quería verlos, oirlos y hasta conocerlos para charlar un rato. Juan Pablo Restrepo y Jenny Cifuentes de la 99.1 (hoy Radiónica) estuvieron allí y también Juan Carlos Garay, Diego Luis Martínez y los hermanos Andrés y Camilo Garibello de Javeriana Estéreo (estos últimos hoy día vinculados con la Casa Editorial El Tiempo).
Quizá el mas interesante de todos ellos fue también el más asiduo. Volvía de comprar 10 ó 12 discos compactos en la “Musiteca” (la famosa tienda de discos de Saúl en la calle 19 con octava, en el segundo piso del centro comercial “Omni 19” y que Garay menciona en su novela “La Nostalgia del Melómano” ‘Alfaguara, 2005’)
El personaje tendría unos 40 años de edad; era alto, recio, asertivo y locuaz, pero tímido con las mujeres. Su voz era levemente nasal y ‘aguardientosa’ y era un consumado melómano que un día contó con 5.000 discos compactos de música de jazz, sin hacer inventario de sus acetatos, ni tampoco de la colección que comenzó cuando era adolescente: la increíble colección de muisca afrocubana.
De su envidiable discoteca me regaló tres acetatos. Con el desprendimiento que sólo tiene el que auténticamente posee algo que va mucho mas allá de las posesiones de un objeto, “Moncho” cruzó un día de navidad la espaciosa puerta de vidrio y me los entregó como si fueran una revelación: el álbum “Milestones” de Miles Davis y un doble de Lester Young. Mi sorpresa y estupefacción rayaron con la estupidez. Por un rato me quede viendo sus carátulas intactas y acaté decir un gracias con un golpecito en el hombro. -“Nada más va a decir? –preguntó “Moncho”- “¿le traigo tremendo regalo y no me va a decir nada más?
Al salir no de la emoción pero sí del impacto, procedí a ofrecerle una generosa copa de ron amarillo que bebió con fruición y de inmediato pidió otra, que bebió con el mismo gusto que tendría cualquiera de esos viejos músicos de jazz de los años cuarenta y cincuenta que tanto admirábamos él y yo.
“Moncho” es un predestinado. A los once años de edad vio en concierto a Sun Ra, el máximo exponente del free jazz norteamericano de final de los años cincuenta quien decía provenir del espacio exterior y que no tocaba jazz sino que sólo enviaba señales a sus congéneres de otros planetas y por esa razón solía tocar en las terrazas de algunos edificios. Por supuesto esa música le conmovió y cambió el resto de su existencia. Estaba destinado a ser melómano y musicólogo y por ello reconocía con nobleza las enseñanzas de Roberto Rodríguez Silva (decano de la radio especializada en Jazz en Colombia) y de Carlos Flórez Sierra, quién tuvo un club de jazz con socios activos que se reunían periódicamente a mediados de los ochenta y que se propusieron traer por cuenta propia estrellas internacionales de jazz.
Flórez –algunos recordarán- realizaba un programa de televisión llamado “Jazz Studio” desde el cual sentaba cátedra y sorprendía por el muy completo archivo sonoro y especialmente visual con el que ilustraba su “Jazz Studio”, que permaneció en el aire hasta cumplir cien emisiones, en los primeros años de la década del noventa. Terminado ése ciclo Carlos Flórez regresaría a la televisión con un programa de recorridos geográficos y musicales. Uno de esos capítulos dedicados a la comunidad jazzística fue grabado en “El Gato Eléctrico” y salió al aire (¡ah! grandes e insoslayables paradojas del existir) justo el día en que para infortunio nuestro y de un público incipiente, el local estaba siendo entregado a su dueño.
Luis Ramón Viñas decía con modestia ser descendiente del “sabio Viñas” (¡y era cierto!) y un martes se sentó a la barra de “El Gato Eléctrico” con una coca-cola, para que le dejara escuchar una improvisada selección de sus propios discos, y entonces sucedió lo que nunca sucedía con la parafernalia de carteles y volantes que salíamos a pegar con engrudo cada fin de semana -de infractores- en las paredes de La Candelaria.
“Moncho” Viñas y su increíble magnetismo
Luis Ramón Viñas atraía, con su sola presencia, atraía a un número impensable de clientes potenciales que llenaban el local en breves instantes, en días y horas difíciles para estos locales: lunes, martes o miércoles antes de las cinco de la tarde.
Se sentaba, como anoté, frente a la barra del bar, en una de las tres altas butacas allí dispuestas y esgrimía historias, citas, nombres de autores, sellos disqueros y discos compactos que a su vez comenzábamos a escuchar solos y que en breve terminábamos disfrutando rodeados por una gran audiencia que preguntaba interesada sobre esas y otras novedades.
“Moncho”, como era conocido en la Radio Nacional, era un buen amigo, un jefe estricto y un mejor hombre de radio que respiraba música por su humanidad completa. Recio y arrogante quizá, pero entendido en materia de revistas de jazz (era subscriptor de la Down Beat y otras revistas especializadas), y discografía no sólo en el género del jazz sino también en música tradicional de cuerda colombiana y, especialmente, en ritmos afro cubanos.
“Moncho” Viñas era realizador radial de la Radiodifusora Nacional y estaba al frente de programas como “Los Magos del Swing” (la cátedra máxima de jazz en radio durante los noventa) y “Hojas de Jazz”, programa dedicado a las producciones discográficas recientes, al jazz moderno y al jazz contemporáneo.
Después de casi dos años de haberle escuchado sus libretos exquisitos mientras renegaba de el ejercicio de “locutar”, le ofrecí mi colaboración desinteresada para ese oficio que a él no le atraía tanto. Mi banda y yo estábamos rodando un video clip en formato de 35 milímetros que serviría como cabezote de presentación para el programa que la emisora tenía en televisión, por la Señal Colombia.
El set de grabación era en el primer piso del entonces conocido Instituto Nacional de Radio y Televisión –INRAVISIÓN (hoy RTVC) y “Moncho”, que pasaba por allí aunque los estudios de radio estaban en pisos superiores, me vio sentado cerca de la máquina dispensadora de gaseosas y me dijo desde lejos: “usted nunca vino a la prueba de locución ¿no? Venga el lunes por la noche”.
Aunque yo sabía que “Hojas de Jazz” se emitía en vivo y en directo, nunca pensé que mi prueba iba a ser “al aire”. Llegué temprano esa noche de lunes, con el estómago lleno de las raras mariposas que le crecen a uno cuando se enamora y fue de ese modo como entré a la Radiodifusora Nacional. No había ninguna puerta abierta para colarse en el descuido del guardia. “Hice cola” e hice méritos para llegar allí.
Por vía de los muy claros conocimientos musicales de Viñas, aprendí cosas nuevas y confirmé un antiguo amor, juicioso, resuelto y concentrado, por la radio y por el jazz. “Moncho” Viñas atiende hoy día su propio restaurante, en Cartagena, muy cerca del Centro de Convenciones de Cartagena. Como en el pasado fue socio de la “Galería Café Libro” donde, a propósito se celebraban anualmente unos encuentros jazzísticos fenomenales en el marco de algo que ellos llamaban “Jazz en la Cima”, supongo que ésa experiencia debe servirle mucho en la actualidad.
Una última impresión. Respecto a una no muy conocida leyenda sobre el hipotético encuentro entre el trompetista de jazz Miles Davis y el guitarrista de rock Jimi Hendrix, en un café de París, “Moncho” Viñas tenía la pieza clave que desentrañaba el acertijo pues en efecto el encuentro se produjo a finales de la década del sesenta y mejor aún, algún visionario melómano grabó la sesión. Miles Davis había sido presentado con Jimi Hendrix en uno de esos cafés parisinos en donde coincidieron por un feliz azar. El trompetista dio a Hendrix una partitura suya y lo invito para que al día siguiente lo visitara en el hotel en el cual se hospedaba.
El guitarrista eléctrico más famoso de todos los tiempos se presentó a la cita; apenado, disculpó su imposibilidad para leer partituras. Davis lo animó proponiéndole un ejercicio musical sencillo, aprovechando el prodigioso oído del negro de Seatle, que consistió en una serie de fraseos en la trompeta que Hendrix tendría que repetir, responder y proponer una línea nueva que a su vez Davis debería contestar.
Uno de los testigos grabó la improvisada sesión. Con el tiempo se prensó un acetato “no oficial” de aquel encuentro. “Moncho” Viñas poseía una de esas mil copias editadas que nunca programó durante los años que pasó en la Radio Nacional, a razón de evitar problemas legales por derechos y difusión de unas obras y un par de artistas que pertenecían a casas disqueras diferentes. Ése era parte del espíritu no sólo de Viñas, sino también de una época llena de honestidad.

Algunos festivales de blues
Para comienzos del año de 1998 los músicos de blues bogotanos apenas estábamos empezando a llegar a ciertos acuerdos. Existía entre nosotros una suerte de extrañamiento de las propias, incipientes, obras. Y entonces comenzamos a reunirnos en el “Café Cinema” del último piso del centro comercial “Terraza Pasteur”, en la calle 24 con carrera séptima, en Bogotá.
Allí llegaron al menos uno o dos representantes de todas y cada una de las agrupaciones de blues bogotano de ése período. El objetivo de esos encuentros era conocernos, ser mejores amigos y quizá pensar proyectos colectivos. Planeábamos, por ejemplo, grabar un disco recopilatorio, quizá emblemático de la grupa completa. Queríamos organizar un festival en el que todos pudiéramos tocar y entonces nos propusimos golpear las puertas de pequeños teatros y/o de las llamadas “salas concertadas”, según un programa institucional del gobierno de turno y del por entonces recién creado Ministerio de Cultura.
Se abrirían prácticamente todas esa puertas. Entre los primeros ciclos de esos soñados encuentros, se cuenta el “Primer Festival de Blues de Teatrova”, cuando esa pequeña compañía de teatro nos acogió en su modesta casona de la calle 24 con carrera cuarta.
Luego vendrían el “Festival Bogotá en Azul” (que tuvo dos versiones consecutivas) en el Parque Central Bavaria y el “Festival de Blues a la Libélula” en el teatrino de la Libélula Dorada.
Entrar en contacto con los hermanos César e Ivan Darío Alvarez, directores de ése teatro de títeres, resultaría algo no sólo atractivo por la buena labor de prensa y difusión sino también por lo que ellos representan para el teatro nacional. Ambos son pensadores del oficio y particularmente Ivan Darío tuvo oportunidad de viajar por Europa para ampliar el espectro de las búsquedas que había hecho junto con su hermano o también en solitario.
Habían publicado varias veces en el importante suplemento cultural y literario del diario El Espectador y ello les concedía cierto prestigio agregado, cierta convalidación de una obra hecha a pulso. Como pocas veces en adelante, actuar en el teatro de “los libélulos” significaba trabajar en llave con una dupla de pares, que entendían el esfuerzo y el empeño que ponemos los artistas en nuestras obras en marcha. Por ello y muchas mas cosas, siempre fue grato presentarse en ese festival de blues, que por cierto se sigue realizando hasta la fecha, sin mejores dividendos, pero con buena actitud.
No cabe duda que los otros escenarios importantes fueron el ciclo de “Tortazos de Blues” que eran conciertos gratuitos en el teatro al aire libre de la Media Torta y los festivales de “Rock al Parque” en la que no solo dejaron participar a varias agrupaciones de blues sino que abrieron –a raíz de nuestra insistencia- una casilla en los formularios de inscripción ante el Instituto Distrital de Cultura y Turismo, que decía sencilla y llanamente ‘BLUES’. Marque con una equis.
Participar en “Jazz al Parque” fue una proeza que sólo ‘Isidore Ducasse Jazz Blues Band’ logró, pero a medias. Fue el concierto mas exitoso de toda nuestra carrera debido al nivel musical que habíamos alcanzado a punta de estudio y ensayos tanto parciales como colectivos, por la inclusión de varios músicos profesionales de vasta experiencia y altísima calidad interpretativa (como Alberto ‘beto’ García, Angélica Vanegas o Juan José Ortiz) y por la sorprendente asistencia de publico.
A pesar de todo, las cosas no salieron como era de suponer. Lancé arengas contra la Ministra de Cultura que el público acató con ovaciones, sublevándonos así contra la decisión casi tomada de abolir el jazz y toda expresión foránea, para superponer el vallenato de los afectos mas profundos de la señora Araujonoguera. La ministra fue asesinada poco tiempo después e ‘Isidore Ducasse’ nunca figuró en la lista de finalistas.
Otros gestores de la escena
En una entrevista que Diego Luis Martínez hizo con varios de los “bluesmen” locales en el año 98, para una página entera del periódico El Espectador, tratamos el tema del fenómeno juvenil urbano del blues.
Periodista cultural y realizador radial de programas de blues en Javeriana Estéreo (desde entonces y hasta la fecha), Martínez fue otra de las piezas claves de los años noventa que ayudó a consolidar el nacimiento del blues local.
El periodista intentó ligar el viejo ‘standard’ de blues titulado “Sweet Home Chicago” que es sencillamente una evocación nostálgica del terruño o una crónica del desarraigo, con la evocación que hacíamos nosotros mismos de una ciudad cosmopolita como Bogotá.
La sencilla propuesta quedó en el aire. El artículo fue titulado “Sweet Home Bogotá” y estaba lejos de ser nostálgico o evocador y mas bien resultaba provocador pues en las reuniones con los otros músicos se llegó a hablar de componer un tema que de alguna manera sería nuestro propio ‘standard’ y que todas y cada una de las bandas se comprometerían a tocarlo eventualmente en las presentaciones correspondientes.
Para el periódico El Tiempo llegamos a hacer una página similar aunque no tan fiel como la otra. Buenas fotografías pero diálogos o afirmaciones inventadas y acomodadas por Jimmy Arias. De cualquier modo no eran incriminatorias esas afirmaciones allí publicadas y lo que intentaba este otro periodista, era realzar un fenómeno aislado pero que empezaba a tener presencia entre la cultura popular.
Recuerdo también que otro hombre de blues llamado Martín Morales, guitarrista y promotor, se movía bastante en los trasuntos propios de la música como fechas de conciertos en lugares no menos miserables como el aterrador “Bar-Dos” y desde allí publicaba panfletos con programación de fechas que daba a las bandas iniciales, organizaba charlas y conversatorios, proyección de videos, un taller de guitarra para principiantes, intermedios y avanzados y hasta propuso uno de los dos seminarios que se convocaron hace ya mas de diez años alrededor de la historia del género blues. Era un músico nato y un profundo y desinteresado animador de un fenómeno urbano que se estuvo cocinando con honestidad.
Martín Bejarano era un actor muy joven que tocaba la batería en un buen grupo de blues. Había hecho uno que otro papel en series pasajeras de televisión y de pronto estaba coordinando un día de blues y jam session en el local de la cuarta con 19 del famoso bar ‘Quiebracanto’ que por ése entonces se empezaba a separar de la trova cubana y de la salsa, para abrirse campo en otros géneros, hasta llegar a ser hoy día el lugar mas reconocido para la ‘rumba negra’, y la electrónica en el centro de la ciudad. Este sitio había sido administrado por Elizabeth Manosalva, quien luego sería dueña de su propio local: el fúnebre ‘Bar-Dos’ que estaba situado en la carrera séptima a la altura de la calle 45.
El fingido bar no era ningún teatro y ni siquiera cumplía con las mínimas condiciones para recibir público o bandas musicales. Se trataba de un hórrido semisótano al cual se descendía por una escalerilla propia del estilo inglés ‘chapineruno’ y de allí despedían nauseabundos olores a trasnochados jóvenes que habían pasado la noche envueltos en pieles, maquillados al estilo ‘gótico’ y aturdidos por el efecto de drogas duras. Era el momento inicial de las ‘pepas’ y al tiempo, la fase terminal del ‘grunge’.
Estos personajes no asistían, claro está, a los conciertos de blues. Mas bien llegaban a sacarnos casi a empellones de ése lugar que después de la medianoche era un sórdido amanecedero, par de los antes aquí citados ‘Púrpura’ o ‘Heaven’.
En ése sitio vi, por ejemplo, a un ‘gótico’ de cabello tinturado fucsia, hablando con una oveja disecada que él mismo había traído desde quién sabe qué otro recóndito paraje nocturno. ¿De ‘vértigo’ quizá o de ‘Kalimán’?
Para el evento en el “Bar – Dos” asistió el equipo de producción de un programa cultural que se llamaba “Babelia”, sumamente serio y pertinentemente acertado con sus notas. El blues bogotano era sin duda un bocado apetecido y privilegiado por los medios. También allí llegaron unos jovencitos que dijeron –tímidamente- ser parte de un agrupación de blues que aún no se conocía, pero que habrían de ser el relevo generacional, lo cual animaba nuestras almas siempre generosas y por demás expectantes. Se trataba de “Casa Roja” un refrescante ensamble de blues rock con mucho estilo y refinanmiento. En breve se hicieron conocer y con ellos compartiríamos escenario tanto “Isidore Ducasse”, como “Vértigo, “Blue Derek”, y “Candelaria Blues”. Con esas cinco bandas quedaría parcialmente cubierto el primer momento del blues bogotano. Sería injusto no volver a mencionar a “Los Lim-Ones” y a “La Plaga” de Memo Cristancho, quienes –por cierto- eran una especie de hijos del Hard Rock ochentero.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

REALMENTE BELLA Y NOSTÁLGICA ESTA BREVE HISTORIA DEL BLUES EN SANTA FÉ DEL ALTIPLANO. BELLA POR LO QUIJOTESCA, Y NOSTÁLGICA PORQUE YO ERA AMIGO Y FANA DE LOS "CANDELARIA BLUES". DE HECHO POR MOTIVOS ECONÓMICOS TUVE QUE QUEDARME DURANTE ALGÚN TIEMPO A VIVIR EN UN CUARTITO DEL BOSQUE IZQUIERDO QUE ÉLLOS USABAN COMO SALA DE ENSAYO, POR ALLÁ A FINALES DE LOS 90... VAYA ÉPOCA. PIENSO QUE AÚN VALE LA PENA SEGUIR LUCHANDO CON PASIÓN POR EL BLUES!

DAVID ALEXANDER DESDE CÚCUTA (EL BAJISTA DE "CANDELARIA" RICARDO PALOMINO ES DE AQUÍ) TAMBIÉN ME ENCANTA PAPPO'S BLUES, LA MISSISSIPPI, MEMPHIS LA BLUSERA, LAS BLACANBLUES, JORGELINA ALEMAN, LUIS ROBINSON, YARIA BROTHERS, LAMBRE GONZÁLES, Y BOTAFOGO POR SUPUESTO.

Anónimo dijo...

NOTA: DEBO AÑADIR QUE RICARDO PALOMINO FUÉ EL PRIMERO O UNO DE LOS PRIMEROS BAJISTAS DE "CANDELARIA". HASTA DONDE SUPE (PORQUE LOS EX-COMPAÑEROS DEL CALASANZ Y LA FAMILIA DE RICARDO SON HARINA DE OTRO COSTAL) HACE MÁS DE 9 AÑOS EL HOMBRE DEJÓ LA FACULTAD DE MÚSICA DE LA NACHO Y SE FUÉ CON SU COMPAÑERA JESSIE(Y SU FUTURO RETOÑO) A VIVIR EN UNA HACIENDA POR LOS LADOS DE BARQUISIMETO, VENEZUELA Y LUEGO SE ME PERDIÓ DEL MAPA. OJALÁ EL HOMBRE CUANDO ESCUCHE UN BUEN BLUES SE ACUERDE DE MÍ.

TAMBIÉN QUIERO MANDAR SALUDOS A GUSTAVO SERRANO, A LA GRONE PRECIOSA Y LOS NUEVOS INTEGRANTES, QUE RICO QUE LA BANDA SE HAYA REARMADO Y SIGA ADELANTE!

Anónimo dijo...

Blues local

Anoche hubo fiesta, en el club de blues local
anoche hubo fiesta, en el club de blues local
sentados en una mesa, con amigos de verdad
estabamos tomando, vino fino natural
estabamos tomando, vino fino natural
que buena estuvo la fiesta, en el club de blues local
me acorde que me dijiste, que querías regresar
me acorde que me dijiste, que querías regresar
siempre te estaré esperando en el club de blues local.

Pappo

Anónimo dijo...

MI CORREO ES dalexparr@hotmail ESTOY COMPLETAMENTE LOCO POR EL BLUES Y PRESUMO SER CAPAZ DE ESCRIBIR UN POCO SOBRE LA HISTORIA DEL BLUES, PERO NO DEL MISSISSIPPI SINO DEL RIO DE LA PLATA.

Anónimo dijo...

MI CORREO ES dalexparr@hotmail ESTOY COMPLETAMENTE LOCO POR EL BLUES Y PRESUMO SER CAPAZ DE ESCRIBIR UN POCO SOBRE LA HISTORIA DEL BLUES, PERO NO DEL MISSISSIPPI SINO DEL RIO DE LA PLATA.