jueves

UNA INFINITA TRISTEZA


CONSUELO
Por las calles de la ciudad va mi amor. Poco importa a dónde vaya en este roto tiempo. Ya no es mi amor: el que quiera puede hablarle. Ya no se acuerda: ¿quién en verdad le amó?
Mi amor busca su semejanza en la promesa de las miradas.
El espacio que recorre es mi fidelidad.
Dibuja la esperanza y en seguida la desprecia.
Prevalece sin tomar parte en ello.
Vivo en el fondo de él como un resto de felicidad.
Sin saberlo él, mi soledad es su tesoro.
Es el gran meridiano donde se inscribe su vuelo, mi libertad lo vacía.
Por las calles de la ciudad va mi amor. Poco importa a dónde vaya en este roto tiempo. Ya no es mi amor: el que quiera puede hablarle. Ya no se acuerda:¿quién en verdad le amó y le ilumina de lejos
para que no caiga?
RENÉ CHAR



Nos enamoramos sin remedio siempre, de la persona equivocada. Quizá no de la equivocada tantas veces, como sí frecuentemente de la que no quiere nada con nosotros y hacemos una construcción inútil, tanto o más como un templo puesto en mitad de la nada, para rendirle culto a la amargura.
En la tarde, después de la nueva derrota, salgo a dar un paseo forzoso, un inevitable merodeo por una ciudad que cruza irascible como un tren de medianoche, llena de gemebundos y de desahuciados. Un tren de condenados, de suicidas, de proxenetas, de mujerzuelas, de sacerdotes totales y de hombrecitos con relojeras, con pipetas, con pitilleras damas engoladas, de gordos sonrientes, de enemigos y de todo el desencanto que apesta como una cloaca que hasta ahora toma aliento frente al sol helado de la sabana. Pero soy un perro atrapado en el semáforo.
Tiene uno ganas de salir a gritarle a los mecanismos del reloj en la vieja catedral, de patear a los mendigos que son la tripa del planeta, a dar hórridas carcajadas para empañar los espejuelos de Dios, pelearse con poetas, darle razón a los graffitis, a las sogas, a las cartas, al telégrafo, al badajo solo sin campana, al arte del barroco, a los benjamines y a los picaportes, a las rosetas, a los guarda escobas, a los boleros, a las espátulas del renacimiento y al jardín de desahuciados que toda la noche aúlla como una sirena de estación o enceguece como un faro inútil en la cima.
Toda la noche doy vueltas en la cama como un calamar ciego en busca del sueño de ultramar, pero es inútil pues me he extraviado de las corrientes que me llevaban a su amor, quedé ensartado entre las piedras levadizas, entre ronchas marinas que se explayan con puntiagudas escamas o adoquinado el camino con plántulas y fitoesperma imposible que hace chasquear la enredadera de los pies falsos y de las falsas manos mientras sea una flor o una diáspora de múltiples ventosas, caen al vacío.
Me ahogan la alucinación y el tedio entre las sábanas y aunque le busco en la arena de la noche plúmbea, los cielos han borrado los techos y las estrellas corrompieron el vino y las medusas que vibraban antes en el aire turbio de la noche oculta,se borraron por navajas sigilosas que trinan con el viento.
Es en amor todo muy triste cuando declinan las corolas sus rutilantes pliegues y sus únicas quietas destrezas descienden en el juego hipnótico de la quietud, cuando se desvía el curso de la luz sobre si mismo y un depósito de ruidos te lanza lejos con fuerza de silentes megatones.
Salgo a la ciudad para que me grite con luz quebrada, con húmedos chorros de rabia, para que estropee mis sentidos, para que yo mismo me pierda, para que ponga mi celada, mi cebo para engañar a los ratones del tímpano, mi grasa de hacer mas nubia la luna que expone las visceras de los augures, el hilo de pescar otras angustias, la cuchillada limpia de hacer parir otras mañanas, sin esperanza.
Me favorecen sombras aunque sea ahora yo mismo el Iluminado, el que sigue las intuiciones de la pócima, los olores del éter, la fresca inhalación de las esencias, pero me invita el desamor a desandar los pasos, a hacer preguntas en vuelo que generan relámpagos y trinos, pero he perdido fuerza aunque sean estos mismos puños los que golpeen el cielo y otra vez estos labios los que relatan en silencio la intrahistoria de la caída, del desapego, del desenfreno, de la renuncia.
Mi amor es triste
Porque es fiel
No interpela el olvido de los demás
No cae de la boca como un diario del bolsillo
No es flexible en la angustia que en común se arremolina
No se aísla en las rompientes de la península simulando pesimismo
Mi amor es triste
Pues está en la naturaleza turbada del amor ser triste
Como la luz es triste
La dicha triste
No has pasado libertad tus correas de arena.

RENÉ CHAR

viernes

UN MONTÓN DE PELO




Por PABLO ESTRADA



Ocurrió en los días previos al concierto de Iron Maiden en Bogotá. Todo un acontecimiento, teniendo en cuenta la creciente fanaticada que la banda británica de heavy metal ha cosechado en nuestro país, así como el hecho de que el número de bandas extranjeras que nos visitan no es tan amplio como el público quisiera, debido a la amenaza que representa una nación famosa por su inseguridad democrática –esto es una democracia que se precia de ser una de las más consolidadas del continente y sin embargo presenta formas de violencia y corrupción, inequidades sociales y abusos de poder, idénticos o peores que los de los más repudiados regimenes totalitarios del mundo. Y es que precisamente el cantante del grupo inglés, años atrás, anunció que no vendría a Colombia e hizo controvertidas declaraciones. En todo caso, a todos pareció olvidárseles lo bocón que había sido, para ellos, el vocalista. Y, entre las actividades preliminares en torno a la agrupación que se programaron, hubo un par de conferencias a realizarse en la Universidad Nacional.
Aquel viernes en que se llevaría a cabo una de las conferencias, iba simultáneamente a inaugurarse un evento que reúne música electrónica y manifestaciones o expresiones con tufillo contracultural y discurso de resistencia… uno de esos apéndices que le salen al absurdo movimiento anti-globalización que a la vez celebra la diversidad mundial… Me interesaba saber con qué nuevo desatino iban a salir esta vez, pero tenía un tremendo dilema: si llevaba la facha adecuada para lo de Iron Maiden desentonaría con los asistentes al otro evento. Era una cuestión de tribus urbanas diferentes. Insito en llamarlas tribus aunque a los sociólogos no les guste, pues para mí actúan como hordas salvajes armadas de garrotes y emitiendo sonidos guturales imposibilitados para el lenguaje articulado y que siguen al líder sin objeción ni conciencia.

Opté por ponerme el estricto luto de los metaleros, llevando una capucha con la que cubriría mi cabellera en el escenario multicolor del sitio de electrónica y pondría al descubierto una colorida camiseta que habría camuflado bajo el negro de la ropa que llevaba puesta.
Todo mi capital era un billete grande que no quisieron cambiar en ninguno de los buses en que intenté irme. Debía cambiarlo. No sabía qué comparar. Miré a mi alrededor: una iglesia cristiana, una peluquería y un local de Internet con los pocos equipos disponibles ocupados… fue como una revelación. En ese momento recibí una llamada a mi móvil. W me preguntaba si podría dar una clase, la mañana siguiente, a una niñas en uno de esos barrios de alcurnia del norte de la ciudad… ¡Diablos!, pensé. Me incomodaba la idea de mejorar mi aspecto para aparecerme ante las jovencitas ésas y no causar mala impresión, pues no tenía otra alternativa que aceptar aquella efímera posibilidad laboral: necesitaba el dinero.
Tomé una decisión. Dije que sí y compré una Coca-Cola en lata antes de entrar a la peluquería y pedir que recortaran mi melena. No sentí nostalgia ni congoja. Me causó gracia lo simple que resultaba perderla luego de tanto esfuerzo en vano y enfrentamientos a raudales por mantenerla. Me había costado empleos, humillaciones, agresiones y burlas. No podía creer que hubiese dado tal carga simbólica a
un montón de pelo que entonces caía al suelo, desprovisto de cualquier significado.


Era raro darse cuenta que ahora –y desde siempre– no se trataba más que de cabello. Igual sucedería con una nariz enorme y un pene o unos senos pequeños. Al fin de cuentas, por más connotaciones que se le atribuyan, no dejan de ser lo que son y únicamente cobran importancia en cuanto a cánones de belleza que, total, son prescindibles.
Salí de la peluquería sintiéndome cómodo. Era como si me hubiera quitado un peso de encima. Ahora el asunto sería otro: mi calvicie en avance. Pero, desde ya, sabía que de alguna manera lo resolvería.
Se había pasado la hora de ir a la conferencia –luego iría a otra que sería un absoluto fiasco– y no me apetecía ir al evento de inauguración. Tampoco se trataba de pararse los pocos pelos y pintárselos de color chillón y dejarse los pantalones por debajo de las nalgas… Además mi gusto por el heavy metal y mi desprecio por la música electrónica siguen intactos, la banda sonora de los adictos al amor químico y la visión ácida de un nuevo mundo feliz no me interesa por ahora y menos con proclamas politizadas.
Al concierto de Iron Maiden no fui, me era imposible sufragar el monto de la entrada... Era un desempleado que había pagado caro el precio de dejarse largo el pelo y actuar conforme a los derroteros de la perversa imagen pública de una caterva de ídolos de barro que hoy día no son más que piezas removibles en la industria del espectáculo, en una de las múltiples variantes que se encuentran en oferta en el mercado.