CONSUELO
Por las calles de la ciudad va mi amor. Poco importa a dónde vaya en este roto tiempo. Ya no es mi amor: el que quiera puede hablarle. Ya no se acuerda: ¿quién en verdad le amó?
Mi amor busca su semejanza en la promesa de las miradas.
El espacio que recorre es mi fidelidad.
Dibuja la esperanza y en seguida la desprecia.
Prevalece sin tomar parte en ello.
Vivo en el fondo de él como un resto de felicidad.
Sin saberlo él, mi soledad es su tesoro.
Es el gran meridiano donde se inscribe su vuelo, mi libertad lo vacía.
Por las calles de la ciudad va mi amor. Poco importa a dónde vaya en este roto tiempo. Ya no es mi amor: el que quiera puede hablarle. Ya no se acuerda:¿quién en verdad le amó y le ilumina de lejos
para que no caiga?
RENÉ CHAR
Nos enamoramos sin remedio siempre, de la persona equivocada. Quizá no de la equivocada tantas veces, como sí frecuentemente de la que no quiere nada con nosotros y hacemos una construcción inútil, tanto o más como un templo puesto en mitad de la nada, para rendirle culto a la amargura.
En la tarde, después de la nueva derrota, salgo a dar un paseo forzoso, un inevitable merodeo por una ciudad que cruza irascible como un tren de medianoche, llena de gemebundos y de desahuciados. Un tren de condenados, de suicidas, de proxenetas, de mujerzuelas, de sacerdotes totales y de hombrecitos con relojeras, con pipetas, con pitilleras damas engoladas, de gordos sonrientes, de enemigos y de todo el desencanto que apesta como una cloaca que hasta ahora toma aliento frente al sol helado de la sabana. Pero soy un perro atrapado en el semáforo.
Tiene uno ganas de salir a gritarle a los mecanismos del reloj en la vieja catedral, de patear a los mendigos que son la tripa del planeta, a dar hórridas carcajadas para empañar los espejuelos de Dios, pelearse con poetas, darle razón a los graffitis, a las sogas, a las cartas, al telégrafo, al badajo solo sin campana, al arte del barroco, a los benjamines y a los picaportes, a las rosetas, a los guarda escobas, a los boleros, a las espátulas del renacimiento y al jardín de desahuciados que toda la noche aúlla como una sirena de estación o enceguece como un faro inútil en la cima.
Toda la noche doy vueltas en la cama como un calamar ciego en busca del sueño de ultramar, pero es inútil pues me he extraviado de las corrientes que me llevaban a su amor, quedé ensartado entre las piedras levadizas, entre ronchas marinas que se explayan con puntiagudas escamas o adoquinado el camino con plántulas y fitoesperma imposible que hace chasquear la enredadera de los pies falsos y de las falsas manos mientras sea una flor o una diáspora de múltiples ventosas, caen al vacío.
Me ahogan la alucinación y el tedio entre las sábanas y aunque le busco en la arena de la noche plúmbea, los cielos han borrado los techos y las estrellas corrompieron el vino y las medusas que vibraban antes en el aire turbio de la noche oculta,se borraron por navajas sigilosas que trinan con el viento.
Es en amor todo muy triste cuando declinan las corolas sus rutilantes pliegues y sus únicas quietas destrezas descienden en el juego hipnótico de la quietud, cuando se desvía el curso de la luz sobre si mismo y un depósito de ruidos te lanza lejos con fuerza de silentes megatones.
Salgo a la ciudad para que me grite con luz quebrada, con húmedos chorros de rabia, para que estropee mis sentidos, para que yo mismo me pierda, para que ponga mi celada, mi cebo para engañar a los ratones del tímpano, mi grasa de hacer mas nubia la luna que expone las visceras de los augures, el hilo de pescar otras angustias, la cuchillada limpia de hacer parir otras mañanas, sin esperanza.
Me favorecen sombras aunque sea ahora yo mismo el Iluminado, el que sigue las intuiciones de la pócima, los olores del éter, la fresca inhalación de las esencias, pero me invita el desamor a desandar los pasos, a hacer preguntas en vuelo que generan relámpagos y trinos, pero he perdido fuerza aunque sean estos mismos puños los que golpeen el cielo y otra vez estos labios los que relatan en silencio la intrahistoria de la caída, del desapego, del desenfreno, de la renuncia.
RENÉ CHAR
Nos enamoramos sin remedio siempre, de la persona equivocada. Quizá no de la equivocada tantas veces, como sí frecuentemente de la que no quiere nada con nosotros y hacemos una construcción inútil, tanto o más como un templo puesto en mitad de la nada, para rendirle culto a la amargura.
En la tarde, después de la nueva derrota, salgo a dar un paseo forzoso, un inevitable merodeo por una ciudad que cruza irascible como un tren de medianoche, llena de gemebundos y de desahuciados. Un tren de condenados, de suicidas, de proxenetas, de mujerzuelas, de sacerdotes totales y de hombrecitos con relojeras, con pipetas, con pitilleras damas engoladas, de gordos sonrientes, de enemigos y de todo el desencanto que apesta como una cloaca que hasta ahora toma aliento frente al sol helado de la sabana. Pero soy un perro atrapado en el semáforo.
Tiene uno ganas de salir a gritarle a los mecanismos del reloj en la vieja catedral, de patear a los mendigos que son la tripa del planeta, a dar hórridas carcajadas para empañar los espejuelos de Dios, pelearse con poetas, darle razón a los graffitis, a las sogas, a las cartas, al telégrafo, al badajo solo sin campana, al arte del barroco, a los benjamines y a los picaportes, a las rosetas, a los guarda escobas, a los boleros, a las espátulas del renacimiento y al jardín de desahuciados que toda la noche aúlla como una sirena de estación o enceguece como un faro inútil en la cima.
Toda la noche doy vueltas en la cama como un calamar ciego en busca del sueño de ultramar, pero es inútil pues me he extraviado de las corrientes que me llevaban a su amor, quedé ensartado entre las piedras levadizas, entre ronchas marinas que se explayan con puntiagudas escamas o adoquinado el camino con plántulas y fitoesperma imposible que hace chasquear la enredadera de los pies falsos y de las falsas manos mientras sea una flor o una diáspora de múltiples ventosas, caen al vacío.
Me ahogan la alucinación y el tedio entre las sábanas y aunque le busco en la arena de la noche plúmbea, los cielos han borrado los techos y las estrellas corrompieron el vino y las medusas que vibraban antes en el aire turbio de la noche oculta,se borraron por navajas sigilosas que trinan con el viento.
Es en amor todo muy triste cuando declinan las corolas sus rutilantes pliegues y sus únicas quietas destrezas descienden en el juego hipnótico de la quietud, cuando se desvía el curso de la luz sobre si mismo y un depósito de ruidos te lanza lejos con fuerza de silentes megatones.
Salgo a la ciudad para que me grite con luz quebrada, con húmedos chorros de rabia, para que estropee mis sentidos, para que yo mismo me pierda, para que ponga mi celada, mi cebo para engañar a los ratones del tímpano, mi grasa de hacer mas nubia la luna que expone las visceras de los augures, el hilo de pescar otras angustias, la cuchillada limpia de hacer parir otras mañanas, sin esperanza.
Me favorecen sombras aunque sea ahora yo mismo el Iluminado, el que sigue las intuiciones de la pócima, los olores del éter, la fresca inhalación de las esencias, pero me invita el desamor a desandar los pasos, a hacer preguntas en vuelo que generan relámpagos y trinos, pero he perdido fuerza aunque sean estos mismos puños los que golpeen el cielo y otra vez estos labios los que relatan en silencio la intrahistoria de la caída, del desapego, del desenfreno, de la renuncia.
Mi amor es triste
Porque es fiel
No interpela el olvido de los demás
No cae de la boca como un diario del bolsillo
No es flexible en la angustia que en común se arremolina
No se aísla en las rompientes de la península simulando pesimismo
Mi amor es triste
Pues está en la naturaleza turbada del amor ser triste
Como la luz es triste
La dicha triste
No has pasado libertad tus correas de arena.
RENÉ CHAR
RENÉ CHAR
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