martes
UNA NOCHE TODA LLENA DE RECUERDOS
Para los que aún no creen y para los que no lo vieron
Una noche toda llena de recuerdos, de aroma de pasteles que se hacen solos en el horno de la vieja gran casa; una tormenta antes de la medianoche, una madrugada llena de luces estelares, un principio de creencia sobre un tiempo estúpido de criminales y asesinos, la certeza de una visita, las canciones que parten en cuatro el alma y las campanas de una iglesia cercana.
Para mí la navidad es un tiempo de usanzas y recuerdos que también nos robó la partida de la esperanza en un país de oprobio; ¡es decir que vale celebrarla! Tengo ganas de buscar en el ‘oragoogle’ porque los apátridas, los traidores y otros necios, le huyen como Herodes a una noche mágica del todo. Pero espero más bien que las horas fluyan y que en medio de la pesadumbre de este territorio que ya no es el mismo, la Navidad venga hasta mi.
Sólo se creen algunas cosas, cuando se han perdido. Entre ayer y hoy nos dedicamos con mi padre a recordar lo delicioso del ambiente navideño, cuando todo se trataba simplemente de un tarro de leche ‘Klim’ con bastantes piedras y arena, un chamizo muerto enclavado allí con sus últimos frutos secos, al cual rodeábamos de algodón y unas sencillas cancioncillas que cantábamos con devoción en torno a un pesebre tosco de muy viejas figurillas de yeso.
Si había modo, se agregarían ‘guirnaldas’ y balones de vidrio que se rompían fácilmente.
Desde temprano, los vecinos empezaban a cubrir las calles con festones y con vinos baratos y se entraban a las casas de los otros porque eran bienvenidos y para todos había tamales, caldos, dulces y otras viandas…pues de eso se trataba la festividad.
Desde las siete comenzaban a estallar cohetes y volcanes y – en efecto – el que prendía ‘la mecha’ era un macho, ojalá con la colilla del cigarro. Los más pequeños aspirábamos a ésa prueba por venir en los años posteriores, pero escasamente nos dejaron llegar a ‘chispitas mariposa’, una pólvora menos peligrosa que la parafernalia otra.
(Supongo que los noticieros poco se encargaban de noticias mínimas cuando se quemaban niños por esta causa, pues eran menos morbosos que los de hoy día) Entonces nada importaba. Prender fuego era purificador y ritualista. Era ello lo que nos hacía hombres y mujeres: seres humanos en el rito del eterno retorno, del volver a comenzar.
No creo que fuéramos más espirituales entonces, pero sí mucho más ingenuos (dulce instancia, grato estadio)
La Navidad se trataba entonces de golpear ‘corcholatas’, luego perforarlas con puntilla y con martillo en el centro, para entonces acomodarlas en un gancho de alambre dulce y así lograr un instrumento sonoro de acompañar villancicos que llamábamos pandereta, aunque no lo fuera; también buscábamos pífanos y maracas y recuerdo que había siempre un pájaro de plástico al que se le ponía un poquito de agua en su interior antes de soplarle el rabito y era así que cantaba como un auténtico mirlo.
La Navidad se trataba de buscar la caja con los trebejos navideños, organizar la casa, mover los muebles, poner la música, ‘timbrar’ tarjetas, llevarlas al correo y recibir otro tanto desde lugares remotos y que siempre se exhibían con orgullo y alegría en los brazos del maltrecho árbol a lo largo del mes.
La Navidad era una noche de recetas, de platos fríos, de mujeres metidas horas y horas en la gran cocina y de hombres sirviendo bebidas a los recién llegados o haciendo llamadas telefónicas difíciles a los confines de un país que ya estaba en guerra, pero por el cual se podía viajar a fin de año sin mayores problemas.
Había algunos regalos bajo el árbol, sí…de ser posible, aunque siempre había alguien a quien daba duro no tener nada para dar o compartir. Por eso llegaba ebrio como una cuba.
La Navidad venía de todos lados y no exclusivamente de los centros comerciales o de la televisión (estas dos monstruosidades prácticamente no existían) y a la medianoche, como si algo verdaderamente supranatural ocurriese, todos abrazabámos a todos, cubiertos de llanto, con un vaso de licor en la mano y un plato de cartón en la otra.
Abundaban las uvas pasas, el arroz con cocacola y el tocino. La ponchera se llenaba con sangría y había un licor más fuerte escondido en el ‘bifé’, para cuando llegaran ‘los Rodríguez’…una familia amiga de turno que era infaltable en el ritual.
Se contaban noticias, algo extraño pasaba, algo desaparecía, todo empezaba a oler a pólvora y el aire se volvía enrarecido. En efecto el milagro había tenido lugar y casi no lo habíamos percibido.
Los arriesgados (que éramos todos) nos podíamos ir entonces en convite (muy de madrugada) para donde los familiares del lejano barrio, en un taxi imposible de los años cincuenta y allí nos recibían con buñuelos y natilla, hechos con ingredientes reales. Otros, aún más valientes pero irrespetuosos de la fecha, salían de la ciudad hacia destinos varios: asunto imprudente pues lo adecuado era quedarse en la barriada.
En el patio ululaban los fantasmas y el perro ciego enloquecía con truenos y destellos.
Era bello ver aparecer la madrugada.
Cuando ya el Niño Dios estaba en nuestras almas, se desgarraba algún papel de regalo sobrante, se entregaba el que faltaba, se guardaba el del ausente. Algunos dormían en la alcoba y los ajenos dormitaban en la sala.
Había un ambiente metafísico en el aire del día siguiente, pues Dios había inundado el mundo una vez más con su unigénito. Se sacaban ollas con más viandas, asadores, carbones y ‘palos’ de cerveza para amainar una resaca tranquila. Dios era en la Tierra y traía paz a los hombres de buena voluntad.
Los días subsiguientes volvíamos al tedio del trabajo (aún quedaban chispas para otra lumbre vocinglera en la fecha del 31 de diciembre y si acaso en Reyes) pero volvíamos con la certeza de que todo había terminado y no había ninguna otro ocasión: teníamos que comenzar con la tarea de Sísifo otra vez.
La Navidad era una noche patafísica, toda llena de colores y de música de fondo…
jueves
EL ENTRAÑABLE MAGAZÍN
En algún lugar, en alguna gacetilla, hojeando y ojeando por ahí viejas revistas literarias, encontré una reseña que hablaba muy bien del viejo ‘Magazín Dominical’ de El Espectador, una grata revista que servía de ventana al universo local literario y desarecida hace ya una década. En ese otro lado, se calificaba al suplemento de ‘entrañable’. Nada más cierto.
Si bien algunos manejos (debido a que el ‘Magazín’ detentaba poder y ello corrompe) fueron tan deshonestos como a diario este país vive sus caminos errados, sus inquinas y sus envidias, el ‘Magazín’ era un toldo aparte, un fortín comandado por uno solo y respaldado por secuaces. Pero como fuese, era entrañable.
Allí dimos las nuevas generaciones de lectores (y acaso de escritores) con nombres reveladores tanto en la lírica, como en la prosa, la filosofía y las artes visuales. Recuerdo (no del todo claramente) unos versos de Vladimir Holan – por ejemplo – que hablaban de cómo “no es bueno juntarse con un poeta, no es bueno hablar con un poeta, no es bueno ser un poeta”. Nada mejor aprehendido durante esos años. Lástima no le pusimos en práctica.
Visitaba por entonces las librerías de viejo, el mercado de pulgas y las casas de los amigos y los números atrasados del suplemento saltaban por allí, como un objeto preciado, pues la gente quería esos facsímiles a como diera lugar, sin ser jamás exorbitante su precio.
Algunos lo intercambiaban y otros habían llegado a empastar su colección completa. Hasta el momento yo mismo he retrasado ése ejercicio por varios años (el de empastarlo) y mantengo mi ‘entrañable’ Magazín, más bien organizado en una cajita de cartón…acumulando ácaros y polvo, para disgusto de mi consorte.
A donde fui, el Magazín fue conmigo y los recuerdos leyendo apasionadamente texto a texto su contenido, son los mejores. En la casa paterna del poeta y artista plástico Wilmer Echeverry, nos reuníamos domingo a domingo a discutir cada uno de los asuntos, especialmente los que tenían que ver con la poesía y con sus protagonistas, fueran nacionales o extranjeros.
Así llegaron a nosotros las primeras noticias de Maiacovski quizá y de René Char, de Hart Crane, de Trakl y de Joszef…poetas de una belleza inigualable y hoy por hoy aún ‘inconseguibles’ en ediciones completas vertidas al castellano, por más esfuerzos ingentes que hayamos tratado de hacer para leerlos en sus lenguas maternas o al menos en versiones del inglés o del francés, los idiomas menos lejanos a nuestra educación media, que ahora resulta enorme (comparativamente con el desastre en contenidos de nuestro sistema educativo de hoy)
Hablo de sencillos momentos del siglo xx, procedentes de una década intensa en la cual despertamos a muchos asuntos clave para entender el entorno de ‘la fauna literaria’: los concursos literarios daban prestigio, los recitales de poesía eran bien pagos y había que tener un padrino literario de peso, para asegurar la figuración en el mundo inmundo de la literatura local. Ser publicado en el ‘entrañable’ aseguraba ésa figuración y convertía automáticamente al iniciado, al balbuceante, en poeta ‘mayor’ o joven promesa en ciernes.
Por alguna (o algunas razones) fui expulsado con fuerza centrífuga de esos recovecos viciados – a veces pienso que para suerte de favorecer una vida mejor – y mi buen amigo Wilmer Echeverri, con futuro asegurado en el rutilante mundo de las vedettes literarias, con carrera a bordo como protegido, se abstuvo de participar en la carrera de ratas. Parabien en su haber, sabia decisión.
Hoy día no hay una gacetilla que se compare al ‘Magazín’. Incluso hay talvez una mejor, pero en un estilo y una dirección distintas. Ganar un concurso literario es un descrédito pues supone haber comprado al jurado; cualquiera da un ‘recital’ en alguna cantina o incluso en auditorios prestantes y aunque lo del padrino literario se mantiene…hay que tener mucho dinero, mucho hígado y mucho tabique para sostener los vicios que exige esa especie de proxeneta que luego ha de prostituir al protegido.
Así que no vale la pena. Al fin y al cabo en breve el tiempo nos borrará a todos (‘caeremos al olvido’) y las fotos digitales que tanto nos preocupamos por tener al lado de poetas extranjeros, traerán el pie de foto: De izq. A der. “Fulano de tal y desconocido”. Me parece una magnífica justicia la que el tiempo hará con nuestras presunciones.
domingo
El taxista de Mario Rivero
Por casualidad (aunque quizá no) di con el taxista que paseaba al poeta Mario Rivero por el barrio Santafé en Bogotá, el vecindario de putas y trompetas, proxenetas, puñeteros y familias bien, todos venidos a menos.
Salía yo de un concierto de jazz en la Universidad de los Andes a las 8:00 de la noche un viernes, cuando ya el humo de marihuana y el tufillo de los bares se hace casi imposible de soportar en esos otros barrios que antes fueron también de putas y de trompetas (Las Aguas y La Candelaria)pero que siguen teniendo expendios de marihuana y a donde llegan 'zorras' contratadas de otros sectores de esta ciudad inmisericorde, para servir un rato y en dólares a los jóvenes soldados que viven allí, procedentes de Israel o de Turquía.
Un ambiente propicio para un poeta de la vida y de la calle como era Rivero.
A Mario Rivero le vi decenas de veces descender por la empinada y delgadita calle once mientras los cerros se envolvían de esa bruma mágica de la mañana fría de la sabana y en su primera aparición ante mis ojos, cuando aún no había su cabellera encanecido del todo, me pareció un ser mágico y peligroso a la vez.
Sabía que había sido un personaje del circo, un malevo que cantaba tango y aunque no era cierto que se maquillara las ojeras (para pronunciarlas) a Fernando Denis esa posibilidad le causaba una gracia inenarrable y una risa contagiosa.
Se le veía siempre a este autor de "Los Poemas del Invierno" vistiendo de negro riguroso, pobre como un ratón de iglesia, bajando en sandalias las calles del barrio La Candelaria, haciendo de incógnito en unas callejuelas que le ignoraron casi siempre pues la ignorancia de los lugareños no les permitía conocerle, saber de sus andanzas, haber leído al menos un par de sus poemas. Eso me dijeron sus vecinos cercanos, los de las arepas con queso que vivían al lado de su desvencijada casa en la carrera segunda, diagonal a la entrada de la Universidad de La Salle.
El taxista se asombraba del profuso olor a marihuana que se extendía a lo largo de la tercera, saliendo de la Calle del Embudo, bajando El Chorro de Quevedo, más adelante de la Calle de las Mandolinas. Y me lo comentaba: -¡Qué barbaridad estos muchachos de hoy!
Entonces comencé yo con mi arenga de santón redomado, para aludir a mi viejo maestro Oscar Piedrahita de quien tantas enseñanzas justamente había recibido, de cómo él había probado todas las drogas - siendo un jovencito - pero de cómo también le habían gustado tanto que por ello había decidido no volver a probarlas jamás.
- Es que en el mundo de los artistas se ven muchos excesos - le dije al viejo en el volante mientras bajábamos por la calle 26 hacia occidente.
- Ah, sí, sí señor, éso es muy cierto" - me confirmaba - porque es que ellos llevan una vida...mmm...¿cómo se llama?
- ¿Licenciosa? - le digo.
- Mmmm...no, no, no...¿cómo se dice? aaah...de bohemia, sí.
Yo guardo silencio. Nunca me ha gustado ésa palabra. La correcta me parece es justo ésa: licenciosa.
- Imagínese que yo conocí al poeta Mario Rivero...yo le hacía unas carreritas cortas ahí mismo en el barrio o por muy lejos, íbamos desde La Candelaria a Teusaquillo.
Con un pequeño silencio de cómplice, el asunto me emociona y me invade la curiosidad. ¿Cómo será y qué dirán los personajes que ven de lejos a sus poetas sin saber de sus vicios privados y sus conductas públicas?
- Aaaah...la dulce compañera...decía el maestro cuando olía la marihuana en las callejuelas del barrio, como ahorita. Una dulce compañera que no traiciona... - empieza a decirme el taxista mirando a un lado de la calle 26, perdiendo por unos segundos largos el control de lo que dice y hacia donde guía el diminuto auto.
Divaga también como un poeta. Se me antoja que le hicieron mucho daño esos ratos con el bardo obeso de gigante humanidad y taciturno aire.
- Esta calle, mi calle/ se parece a todas las calles del mundo/ uno no se explica por qué/ suceden tantas cosas en un minuto/ en una hora, en doce horas/ desde que el sol preña la Tierra. /Tiene puertas como bocas sin dientes/ las mujeres se asoman a las ventanas/ y miran tan lejanamente.../
- ¡Eso es de Mario Rivero!
- Del maestro Rivero, sí señor. Imagínese que él se subía en este carro, aquí al lado mío y yo le corría la silla hacia atrás, para que fuera más cómodo...
- ¿Casi no cabía?
- ¡Qué iba a caber ése gigante! Y me apagaba el radio.
- ¿Qué decía, qué le contaba?
- Uuuh...no me acuerdo ya de tantas cosas...mmm...de la injusticia, de los gobiernos. Si ellos supieran, si ellos supieran...cuanta injusticia se evitaría, pero no conocen, ellos no conocen nada.
En eso suena la canción "Thriller" de Michael Jackson. Yo quiero también apagar el radio. Voy atrás y no puedo; no me atrevo.
- Imagínate que el Maestro me regalaba cuanto libro suyo tenía a la mano, cositas... unos libritos blancos pequeños y siempre me los firmaba con dedicatoria. Y un día fui a buscarlos y mi esposa los había botado todos. ¡Casi me privo!
(El taxista había pasado ya a tutearme, como si fuéramos dos viejos amigos. Yo lo sigo)
- ¿Y...a dónde lo llevabas?
- Iba mucho a la Casa del Teatro o simplemente avanzaba unas cuadras ahí mismo en el barrio...eran carreras pequeñas y por eso no alcanzábamos a hablar tanto.
- ¿Te regaló la revista 'Golpe de Dados'?
- Sí de pronto sí...porque eran como facsímiles delgaditos, cosas que él publicaba...del Banco de la República y perdí todo eso.
Le cuento entonces que el poeta heredó la Revista que era una leyenda, a un poeta joven; le doy detalles aunque estoy a punto de bajarme en la tierra sagrada de los muiscas, donde vivo ahora y le confío que también yo viví en La Candelaria, que fui vecino de Rivero y que en una temporada estuve de editor de otra revista famosa (una vez evocando la marihuana y otros vicios, pero no la poesía) Él asiente y mira el taxímetro digital.
Le cuento que la revista que dirigía Rivero desapareció a manos de los vilipendiadores del verso y que buena parte de eso se le debe a un hijo de familia que también prometió destruir la casa de los poetas. Y lo logró.
- ¿O sea que ése muchacho se torció?
- jajajaja...sí, sí señor - le respondo sonriente pues veo que tiene gran habilidad mental al conectar asuntos.
- ¡Qué pesar! igual como todo en este país.
Nos despedimos de mano, nos deseamos suerte. El autito amarillo dobla a la izquierda en la curva redonda que bordea el edificio. Apenas son las 8:40 y empieza a llover otra vez. No huele a marihuana.
BALANCE
Es terrible no encontrar a dónde ir.
De las casas unas están destruidas,
sin lecho, a oscuras y con telas de araña,
con lepras en los muros y con espectros tristes.
Otras se alzan tan falsas como un decorado.
Del palacio o la casa. encantada,
la tapicería vemos gastada, anticuada,
no hay belleza en aquél lugar, no hay misterio,
y continuamos nuestro aislado camino,
en el jardín gotea el surtidor del cansancio.
Hay posadas que ya no se abren más, por nosotros,
con las que hemos perdido el contacto,
cuando exentos de excusa, buscamos,
titubeantes como un extranjero,
o aún como mendigos, lejanos, extraños.
Es terrible no saber a dónde ir,
al final del día muerto,
a la hora en que a veces se bebe o se mata.
Encontrar que no hay sendero, no hay camino,
no hay puerta, donde llamar, en la fatua sonrisa del
/triunfo,
o en el pobre final, consumida la Casa del Alma!
sábado
miércoles
PEQUEÑO POEMA HALLADO HOY EN LA ISLA DE MALTA
Dios quiso sanarme,
ponerme a salvo en la playa,
un rato
lejos de la marea.
Alejar al Arpón Rojo,
dejar que conociera
al otro náufrago en la arena
de la isla de Malta,
con algunos rótulos
cada uno
debajo del brazo.
Gómez Jattin o la palabra viva
Al poeta RAÚL GÓMEZ JATTIN lo conocí en junio de 1988 y él, por supuesto, ya era un brujo, un adivino, un taumaturgo.
La suya era una poesía vivaz, auténtica y arrebatadora (y lo sigue siendo) y conocerle fue la oportunidad de dar con un grande de la poesía en Colombia. Dar - al decir de Jean Arthur Rimbaud - con un predestinado, uno que se había hecho, entre todos, el gran maldito, el gran vidente.
Los más jóvenes de ése entonces no le conocíamos, aunque ya él había hecho un largo recorrido entre el derecho, la locura y el teatro, además de la poesía.
Al saludarlo por primera vez, luego de una breve lectura privada de sus textos para un pequeño grupo de iniciados que nos reuníamos en la Casa de Poesía Silva los sábados en la mañana, el poeta adivinó mi nombre (cuando apenas era yo uno más de los recién enterados) y también adivinó la intención con la cual me le acercaba: ayudarle a vender su libro primigenio, el ahora muy famoso "Tríptico Cereteano".
Gómez Jattin había sido traído principalmente por el escritor Milcíades Arévalo, director de la revista “Puesto de Combate” en Bogotá, desde el mítico Valle del Sinú, en donde el poeta y actor era una especie de monstruo peligroso que sólo a él mismo podía hacer daño, parafraseando versos suyos rayanos con lo autobiográfico y lo descollante de una vida entre austera y desafiante.
La visita de Arévalo a Cereté fue una odisea llena del encanto propio de las cosas anodinas que sólo les pasa a los poetas y a los niños y ha sido bien descrita por el autor de “Manzanitas verdes al Desayuno”, tanto de forma oral (para la radio o para sus amigos) como de forma escrita para que eventuales lectores tengan fe de que en verdad, hubo una vez en que Raúl Gómez Jattin caminó por estas tierras.
Gómez Jattin fumaba ‘Pielroja’ con la vehemencia de quien está en la cárcel (¿acaso no era él un gato salvaje prisionero en la asfixiante ciudad?) y fue envuelto en volutas azules, en el cuarto miserable del Hotel Regio en el marco del parque Santander, a un costado del Museo del Oro, como le vÍ y le escuché durante un buen rato, cada uno sentado en el borde de una cama distinta, frente a frente, vociferando casi, alrededor de los clásicos, en torno a Ovidio y a Homero y alrededor de ése gran proyecto suyo que se llamaría “El Esplendor de la Mariposa”.
Al poco tiempo se supo que Raúl le había prendido fuego a esa covacha; que había gritado a todo pulmón una tanda de improperios contra la directora de la Casa de Poesía Silva (estaba yo allí dentro cuando pasó el bardo de chinelas con su voz de trueno) y a poco que la emprendió a piedra contra los bellos ventanales de esta misma institución de los poetas citadinos, contra los que posan de serlo, muy seguramente.
Hubo que visitarlo al frenocomio, como quien visita a un pájaro enfermo que se durmió en la lluvia mientras caían rayos palpitantes y centellas de fuego mortal. Pero al llegar a las puertas del hospicio, Raúl fraguaba un plan para escapar, rompiendo las paredes que contenían su humanidad adolorida…maceta y cincel en mano, dando golpes contra el mundo.
Se supo luego que le gustaba torear los buses y los autos en Cartagena de Indias, como un quijote costeño que cree ver gigantes o demonios en los burdos automotores; también se dijo que contra él habían atentado oscuras fuerzas.
Para que sirva la memoria de los jóvenes, cuando llevo el libraco aquel en buen estado con la rúbrica de Raúl Gómez Jattin a las aulas de la mustia academia y leo sus poemas en voz alta o pongo el vozarrón del propio bardo del valle del Sinú en el disco de la HJCK, se vuelve a sentir ése furor de entonces, se pone de moda otra vez este poeta maldito, los muchachos saben de memoria uno que otro verso, las muchachas creen haberlo visto debajo de la cama.
Es esta la única manera de mantener viva la palabra.
Se recomienda leer la crónica de Milcíades Arévalo sobre Gómez Jattin en:
http://triunfo-arciniegas.blogspot.com/2010/04/milciades-arevalo-raul-gomez-jattin-un.html
(De donde se han tomado las imágenes que ilustran esta breve semblanza)
martes
Escritor de Vacaciones
Parece inevitable. Una vez se han dado todas las peleas y se han pasado algunos retos, inevitablemente suele uno caer en el vacío. Es como resbalarse en el cuerno irresponsable del rezago; me supongo una cornucopia de la pereza, como un lustroso cono de reveses que indefectiblemente se adelgaza hasta volverse un embudo.
Y de allí, nada gotea.
La molicie se ha atorado en la figura. Muchos años atrás había oído hablar de esta molesta situación y al menos otra más sonaba horrible y aconsejaban los viejos evitar a toda costa recaer en estos territorios de lo insulso pero también de lo insospechado.
Era un temor que para muchos se hizo realidad y para otros era una remota pero latente encrucijada: permanecer impertérrito en las lides del arte, como diletante o en plena actividad creativa, como asiduo de los antros de la cultura o en los míseros recodos de la farragosa tertulia criolla, en la ruta del desvarío o en el país de cucaña, en la isla de otraparte o en el retiro místico de alcoholes.
Recuerdo bien las conversaciones con aquellos místicos de los años noventa que se conservaron largo tiempo en la utopía. Poetas de vieja data, inéditos o resentidos (que son lo mismo), artistas plásticos invisibles y anacoretas del tedio que se resistían.
Algunos finalmente cedieron y tuvieron hijos. Unos consiguieron trabajo y ganaron miles. Otros montaron una editorial y se dedicaron a explotar a los semejantes y estos mismos engordaron hasta reventar y encanecieron como en el poema de Cavafis.
De algún modo yo mismo incurrí en estas lindes. Me confundí en el follaje del inescrutable destino; me salve de la terrible enfermedad de Gota. Nadie me verá por El Nogal con la calva despeinada ‘a media caña’ con un tarro de cerveza, desaliñado, siendo las 8:00 a.m. de un martes. Tampoco voy a reventar como un becerro (le dedico las mañanas que puedo a la bicicleta o al muro – no precisamente de las lamentaciones -) pero como sea y aunque suene vergonzoso, me he convertido en lo que antes había tanto criticado y temido.
Soy un escritor de vacaciones.
Y de allí, nada gotea.
La molicie se ha atorado en la figura. Muchos años atrás había oído hablar de esta molesta situación y al menos otra más sonaba horrible y aconsejaban los viejos evitar a toda costa recaer en estos territorios de lo insulso pero también de lo insospechado.
Era un temor que para muchos se hizo realidad y para otros era una remota pero latente encrucijada: permanecer impertérrito en las lides del arte, como diletante o en plena actividad creativa, como asiduo de los antros de la cultura o en los míseros recodos de la farragosa tertulia criolla, en la ruta del desvarío o en el país de cucaña, en la isla de otraparte o en el retiro místico de alcoholes.
Recuerdo bien las conversaciones con aquellos místicos de los años noventa que se conservaron largo tiempo en la utopía. Poetas de vieja data, inéditos o resentidos (que son lo mismo), artistas plásticos invisibles y anacoretas del tedio que se resistían.
Algunos finalmente cedieron y tuvieron hijos. Unos consiguieron trabajo y ganaron miles. Otros montaron una editorial y se dedicaron a explotar a los semejantes y estos mismos engordaron hasta reventar y encanecieron como en el poema de Cavafis.
De algún modo yo mismo incurrí en estas lindes. Me confundí en el follaje del inescrutable destino; me salve de la terrible enfermedad de Gota. Nadie me verá por El Nogal con la calva despeinada ‘a media caña’ con un tarro de cerveza, desaliñado, siendo las 8:00 a.m. de un martes. Tampoco voy a reventar como un becerro (le dedico las mañanas que puedo a la bicicleta o al muro – no precisamente de las lamentaciones -) pero como sea y aunque suene vergonzoso, me he convertido en lo que antes había tanto criticado y temido.
Soy un escritor de vacaciones.
lunes
miércoles
ME QUITO UNA ROCA DEL ZAPATO (Segunda Entrega)
La Casa de Poesía Silva: un lugar mágico en los primeros años de los noventa y los últimos de los ochenta, en donde resoplaba el tufo de la vieja poesía del parnaso y acaso los nuevos estornudos de la poesía que brotaba a borbotones desde una fuente insospechada. Asistí a su inauguración, y desde entonces fui tan asiduo que se convirtió en un lugar de concentración absoluto en temas literarios. Era una casa en la que siempre llovía (...una música, una música, una música de alas y de pífanos o un atragantado piano en mitad de una tormenta) y se decía que aún allí permanecían las sombras de José Asunción Silva y sus deudas que lo llevaron a la muerte.
Allí conocí a la mayoría de poetas que fueron mis amigos y que ostentan - gratuitamente - el innecesario título de ser hoy día mis no-amigos, ahora que ha pasado tanto tiempo y que ya ninguno en realidad guarda rencor contra nada, aún contra errores y torpezas de ese lugar en el tiempo cuando jugábamos a ser famosos dentro de un peligroso círculo que nadie sabía, era inútil saberlo, estaba predestinado, era notablemente excluyente y sus butacas estaban reservadas con antelación para 'delfines' y otras especies de esta misma 'fauna literaria'.
Pero el contacto mío con esa realidad era resuelto y por demás muy ingenuo. Pensaba que alguna vez algún objeto personal mío habría de parar en un mostrador que siempre quisimos romper con mis amigos mas cercanos: el poeta y artista plástico Willmer Echeverry y el inusual autor que prometía bastante y que terminó como docente de Sociales, Luis Fernando Bustos.
Una vitrina de curiosidades mantenía la licencia de conducción de uno, la boina de otro, el bastón y la pitillera de alguno más. Pero era maravilloso. Desde entonces he procurado mantener mis antiparras en buen estado para que aparezcan al lado de esos adminículos sagrados. Pero hace rato me di cuenta que ello era en vano.
Durante las sesiones de los talleres de lectura a los que adherí convencido profundamente de tener algún talento, conocí a a un grupo de desaliñados que se narraban locos y peligrosos haciendo eco de nuestro tutor por ese entonces, el célebre Jotamario Arbeláez a quien buscó por esos días el M-19 para lograr acercamientos con el gobierno. ¡Magna sorpresa y hórrido susto! Nos fuimos a nuestro cuartel de invierno sabatino, entresorprendidos y conmovidos, luego de ver el sospechoso movimiento, sin tener mucha claridad de que se había tratado el inoportuno abordaje.
El abordaje fue inoportuno porque ya no tendríamos quien pagara la cuenta en el cuartel vecino: una tiendita recóndita que se hallaba cruzando un largo pasaje que más parecía un túnel (y de allí el apodo que pusimos a ese 'Zaguán de Santafé') y que atendía su propietario, el muy afable Benito.
La tienda hoy aún existe aunque cada vez abre sus puertas menos. La casa decimonona sigue en pie, pero hace casi diez años no la frecuento (viví allí - casi de planta- durante la década pasada) y al poeta Jotamario los dividendos millonarios de su trabajo en la agencia de publicidad "Sancho" le permitieron la excentricidad de volver a tener cabello falso en una calva trascendente...mientras yo perdí mi cabellera que 'engrasaba' sin antepasados galos, a la manera de Rimbaud.
Allí conocí a la mayoría de poetas que fueron mis amigos y que ostentan - gratuitamente - el innecesario título de ser hoy día mis no-amigos, ahora que ha pasado tanto tiempo y que ya ninguno en realidad guarda rencor contra nada, aún contra errores y torpezas de ese lugar en el tiempo cuando jugábamos a ser famosos dentro de un peligroso círculo que nadie sabía, era inútil saberlo, estaba predestinado, era notablemente excluyente y sus butacas estaban reservadas con antelación para 'delfines' y otras especies de esta misma 'fauna literaria'.
Pero el contacto mío con esa realidad era resuelto y por demás muy ingenuo. Pensaba que alguna vez algún objeto personal mío habría de parar en un mostrador que siempre quisimos romper con mis amigos mas cercanos: el poeta y artista plástico Willmer Echeverry y el inusual autor que prometía bastante y que terminó como docente de Sociales, Luis Fernando Bustos.
Una vitrina de curiosidades mantenía la licencia de conducción de uno, la boina de otro, el bastón y la pitillera de alguno más. Pero era maravilloso. Desde entonces he procurado mantener mis antiparras en buen estado para que aparezcan al lado de esos adminículos sagrados. Pero hace rato me di cuenta que ello era en vano.
Durante las sesiones de los talleres de lectura a los que adherí convencido profundamente de tener algún talento, conocí a a un grupo de desaliñados que se narraban locos y peligrosos haciendo eco de nuestro tutor por ese entonces, el célebre Jotamario Arbeláez a quien buscó por esos días el M-19 para lograr acercamientos con el gobierno. ¡Magna sorpresa y hórrido susto! Nos fuimos a nuestro cuartel de invierno sabatino, entresorprendidos y conmovidos, luego de ver el sospechoso movimiento, sin tener mucha claridad de que se había tratado el inoportuno abordaje.
El abordaje fue inoportuno porque ya no tendríamos quien pagara la cuenta en el cuartel vecino: una tiendita recóndita que se hallaba cruzando un largo pasaje que más parecía un túnel (y de allí el apodo que pusimos a ese 'Zaguán de Santafé') y que atendía su propietario, el muy afable Benito.
La tienda hoy aún existe aunque cada vez abre sus puertas menos. La casa decimonona sigue en pie, pero hace casi diez años no la frecuento (viví allí - casi de planta- durante la década pasada) y al poeta Jotamario los dividendos millonarios de su trabajo en la agencia de publicidad "Sancho" le permitieron la excentricidad de volver a tener cabello falso en una calva trascendente...mientras yo perdí mi cabellera que 'engrasaba' sin antepasados galos, a la manera de Rimbaud.
domingo
ME QUITO UNA ROCA DEL ZAPATO (primera entrega)
una especie de manual breve de cómo hacerse o no poeta. tono autobiográfico. agridulce reminiscencia. autoindulgencia y perdón a quien tanto daño hizo. quitar la roca del zapato.
Por Rafael Serrano
Le conocí sonriente. Yo también sonreía nervioso; su regordeta figura se reflejaba en el agua de la pileta de los deseos, al fondo de la casona donde murió José Asunción Silva, un poeta colombiano salvado de morir en un naufragio.
Hace poco tiempo me di cuenta que yo mismo casi alcancé ya la edad que tenía él en ése entonces. Me parecía un viejo. Era un enorme y gordo viejo a quien un fajo de palabras le envolvía, cuando no las volutas del puro cubano que a veces sostenía como un bolillo entre sus dedos. Pero estábamos radiantes. Él sonreía igual que un profesor cuando recibe a sus párvulos y yo venía sonrojado, de rubor de poeta imberbe adolescente, de un poco de emoción y de subir la empinada calle 14 del barrio La Candelaria desde la carrera décima dónde me bajaba del bus.
Al lado estaban los otros profesores: Harold Alvarado Tenorio, un monstruo ambiguo de pareja barriga que nacía en la papada y el enjuto Nicolás Suescún, una radiografía de lo que hace el cigarrillo en edades avanzadas. De cualquier modo yo mismo me daría a la aventura de fumar poco despúes en pipa o en los cigarros de la Flor Zuliana que hacía mi tío abuelo en una región tabacalera en Santander del sur. Pero nunca fui asiduo. Y lo dejé.
Busqué otras formas de posar como poeta, de pasar como un poeta, de parecerme a uno de esos seres extraños. Pero fue en vano. Probé con un antiguo gabán verde a cuadros con solapa de peluche que mi padre ya no usaba desde los setenta, una bufanda negra que tejió con dedicación mi abuela, pantalón y camisa holgados de tono claro y botas de obrero, con suela y cordones amarillos y piel café, para solidarizarme con las voces de “La Obreríada” como lo cantaba Luis Vidales. Para 1986 no sabía aún que el poeta regordete del que hablo, llevaba por segundo apellido, el insigne Vidales.
En ese año, yo mismo me habría descartado como bachiller del San Bernardo De La Salle pues no logré aprobar nunca los temas de la matemática avanzada de los últimos años; ni la física, ni la química, aunque probé – según lo había leído en un poema nadaísta – estrellar mi cuaderno contra la pared, para ver si estallaba. Ya mi corazón se había enamorado de una niña igualita a Cindi Lauper, me había hecho adepto al ‘heavy metal’ y la música de los sesenta me recordaba de repente que yo había crecido oyendo a Jimi Hendrix cuando iba de visita a casa de mis tíos maternos, impenitentes hippies de la quinta dimensión.
Leía con furia a los poetas “De Piedra y Cielo” pero nunca hallé a ‘Teresa, en cuya frente el cielo empieza’, pero siempre supe que los lunes eran domingos disfrazados… versos simples y bellos que gozaba en esos días de solaz, al lado de la radio cultural. Un día vi cruzar a Jorge Rojas por entre el tráfico de la Jiménez, convertida en calle 13 abajo de la Caracas, muy cerca a la Estación de trenes de la Sabana y esa me pareció una sublime visión de quien ve que aún sus héroes están vivos y compiten entre el ruido ciudadano, fungiendo como carpinteros o emisarios de la nada.
A Carranza le vi también a prudente distancia, en el colegio, invitado por el hermano Abrahim, rector del claustro decimonono. La poesía me rodeaba por todas partes. Los muchachos de esa generación debieron convertirse todos en poetas, pero a cambio he sabido que han muerto asesinados, se metieron de narcos o tienen profesiones, hijos y un largo aburrimiento en sus caras de molestia con la vida.
Yo he hecho vida de poeta. Peor cosa no pude ser.
jueves
¡Esto aquí afuera está que arde!
Una nota repentista, mientras veo que se nos acaba el mundo -fragmentado o no - a pedazos, como en el cine...pero 'todo sigue igual'.
Mientras escuchaba ayer en la radio a Augusto Bernal hablando como siempre de cine, en lo cual sin duda es un adelantado de su época, cruzaba la carrera treinta con 45 y veía pasar sobre la libre troncal uno y otro helicóptero surcando la ciudad por estos días de enero tan tranquila y con tan poco tráfico y pensaba: ¡qué cinematográfica está Bogotá!
Su cielo es tan azul como en las Antillas, su aire menos tóxico, los cerros tienen un color de rara santidad, se besan lesbianas jóvenes en la calle, no cesan los incendios en el Distrito, las esquinas están llenas de prostitutas desocupadas, un indigente me amenaza por la ventanilla del auto y hay otro que fue fanático de las agrupaciones bogotanas de metal pesado que pasa la zebra con una botella de pegante; veo que hay vallas con mentiras de político arriba de los edificios, traseros de modelos en las estaciones de bus y botellas medio vacías de Chivas Regal en los mismos avisos publicitarios, así que dije…¡Carajo el mundo exhala su último respiro!
Por estos días he coincidido con al menos tres versiones que me han puesto sobreaviso para estar alerta y confirmar mi exclamación súbita: una, el Discovery Channel propone varias muy fehacientes teorías de cómo es que vamos a terminar en el fondo metafísico de un agujero negro que de pronto venga de paseo a esta galaxia y que si ello no pasa, aún cabe la posibilidad de que su presencia saque de órbita al planeta de por si moribundo y nos mande “de bruces” al confín hirviente de la estrella a la que por siglos hemos rendido culto y llamado Sol.
Pero también sucede que si ninguna de estas dos situaciones se presenta para 2012, bueno será (y muy, pero muy lento) ver morir a esta misma estrella, como en otros tiempos murieron también Marlene Dietrich, Rita Hayworth o Marilyn Monroe. Y como sabemos, sin la luminaria no hay vida, la tierra moriría, como pasó en el cine desabrido que vino después de la desaparición de esas supernovas.
Dos, siguiendo en el orden aleatorio y fortuito de mis hallazgos de tono apocalíptico, el muy grato y versado teólogo que habla todos los domingos desde el púlpito mediático de TeleAmiga (un canal local que transmite mensajes católicos todo el día, recetas culinarias y la Misa Dominical de los enfermos) anuncia la revelación del tercer secreto de la virgen de Fátima en Japón, a través de Nuestra Señora de Akita. El asunto tiene que ver con el desmoronamiento de nuestras sociedades, su corrupción, las catástrofes naturales y finalmente, la fusión de los cuatro elementos en uno solo, que supone la extinción de la raza humana, luego de un penoso cataclismo donde “los vivos envidiarán a los muertos”, dice el orador Rafael Arango a quien me refiero con admiración.
Arango subraya este asunto de la fusión. En ello posiblemente ninguno de nosotros podría dudar, puesto que coincide con las teorías científicas (también expuestas a través del espectro mediático) pero en lo personal me sacude que él afirme que ya estamos ‘ad portas’ de este cataclismo universal y también local, que la humanidad ha vivido –por ejemplo - desde los años cuarenta, el yugo vil de por lo menos 250 cruentas guerras, que sólo en Colombia hemos vivido una continua guerra que no tiene visos de solución y que se ha prolongado durante al menos los últimos 50 años y que el primero de los desmoronamientos es el de la moral, cuando los asesinatos, las violaciones o la pornografía en el país son actos diarios que van en los noticieros antes del destape gay en las decenas de carnavales que “padecemos” anualmente en este territorio.
Por cierto, qué otra cosa sería este país de monstruos y de bestias sin esos estuarios a la sinrazón que son esas paganas fiestas, si es que ellas suponen ‘un abrevadero’ para aquietar el alma y el cuerpo, entre una población atribulada por la violencia y por el miedo (¿?)
Vuelvo a mis cavilaciones de tarde espléndida y soleada en Bogotá. Los balones de agua suspendidos de muchos helicópteros que van y vienen de occidente a oriente y de regreso ¡son un bello espectáculo! Es cinematográfico, insisto y Augusto Bernal debería estar viendo este asunto alucinante y rodando al menos un carrete de 35. Él ha preferido responderle mil preguntas a Guillermo Parada desde los estudios de la Emisora de la Universidad Nacional. Y hace bien. Esto aquí afuera está que arde.
PS: La última de las tres versiones es la mía, personal e íntima, procedente de la fuente onírica y de los pensamientos de largo aliento en las tardes de agonía navideña: se me acaba el mundo ¡enbuenahora! no vale la pena ser punk, beligerante, proxeneta o líder antitaurino. ¡Esta vaina se jodió!
¡Feliz Hallazgo de Tesoros!
Cuando estás en la sombra, cuando tus sueños bajan
de una estrella a otra hasta tu lecho,
y entre tus propios sueños eres humo de incienso,
quizá entonces comprendas, quizá sientas,
por qué en mi voz y en mi palabra hay niebla.
AURELIO ARTURO
Mañanas como las de estos días debieran ser absolutamente memorables para todos nosotros. La de hoy es un lienzo con todos los pasteles, todos los azules, quizá todos los verdes de la vida anunciando la muerte, aviso de otros mundos, agonía del universo y mostrador de ángeles aéreos, pero avisando también como en Arturo que “No todo era rudeza” y que esto al fin parece “Un áureo hilo de ensueño”.
Pero para algunos pasan desapercibidas las mañanas; celebran que el año muera y que se vaya y no es que quiera ponerme en plan de regaño, es sólo que algunos somos más contemplativos, más ociosos, sibaritas o alucinados. Me tranquiliza que existan otros calendarios como el chino, o el maya y que si de poner fin al asunto, es en fin ya demasiado tarde.
Pero de lo que hablo (vana insistencia mía) es de dar con un hallazgo cotidiano, de gritar Eureka al ver entrar al gusano en su hoyo de confines en la tierra, al roedor en la secreta madriguera o encontrarle sentido a los colores de alucinación en la mañana. ¡Pero no! Corremos a rincones de la certidumbre, a refugios cálidos de lo conocido y nos hastía el mundo: la propia trampa que hemos creado, efímera, ya a punto de derrumbarse y desaparecer. “Se fundirán los elementos y serán uno solo” sentencian insistentes las palabras del apocalíptico teólogo.
En últimas, reclamo hallar un gran tesoro en las pequeñas cosas del mundo (mientras dura) pero es mejor que para ello me releve Gonzalo Arango cuando dice:
El tesoro
Si buscas el tesoro y lo encuentras
facilito, es un pobre tesoro.
Si renuncias a encontrarlo porque
está muy profundo, no mereces el tesoro.
Si lo buscas con amor y sacrificio,
tu esfuerzo es oro, aunque no encuentres
el tesoro.
Feliz hallazgo de tesoros en la aventura del día. Se escapa la vida a borbotones y se es muy feliz en el trayecto de otros mundos. Vano es celebrar el final de un almanaque cuando mucho más certero es – todos lo sabemos y de ello no se trata el asunto – el profético calendario de los mayas.
Los Amigos
Los amigos, los entrañables, los cofrades, los compadres, los que se adentran, los que se aferran, los que respaldan, los que proponen, los que te aman, los que te siguen, los que se convierten, los que suben contigo a una balsa, los que te llevan en taxi a casa, los que te dejan quedar en casa, los que te preparan alimentos, los que te invitan a cenar, los que te presentan a otros amigos, entrañables y confiables, los fratelos, los gordos, los ricos, los inquebrantables, los que a media noche cobran alas de ángel, los que tienen piel de serpiente o de uroboro (y casi nunca ves, pero siempre retornan) los de lavar y de planchar, los invisibles, los asombrados, los que perdiste, los que de lejos son como otros, los que de cerca son inconfundibles, los esporádicos, los de esquina, los de saludo, los que quisieras, los que no conoces, los de las loas, los de media luz, los esparcidos. Todos los amigos aparecen en una guía telefónica, en desorden, o te los ponen por infusión, dentro de un tubo, mientras duermes y los llevas en las venas…mientras te recuperas.
lunes
una viñeta de rembrant
Es bello escuchar en la mañana que una mujer te ama: te lo dice con pisaditas multiformes que ha sembrado en el nuevo suelo de la casa.
Y que no huirá, que estará siempre cercana, vistiéndose de sol cerúleo en las tempranas horas para que su sombra sea nutrida todo el día y a uno no le quede tan difícil volver a soñarle en el transcurso níveo de las horas que cayeron.
Le ama uno con amor de niño, con amor de fauno, con amor sanguíneo, con amor de artrópodo,con amor de libro, con amor de hombre, con amor de cólera, con amor de amor...porque harto le han enseñado a uno las palabras y con palabras no basta.
Hay que tocar la piel y la corola. Poner esta mujer en altiplano, pintarla de relieve y naftalina, para que cuando decaigan las estrellas, se le pueda juntar una que la alumbre.
Ella es una col compleja, un oído marino, una enredadera septembrina, una escalera en ascenso, una ventana con nubes, un pasaje marino, una muchacha que espera, una tigresa de ribera, una africana en la guerra, una muralla secreta, un corredor vacío, una linterna con alas, un vientecito que pasa, una cuchara con lágrimas, una estatua caída, una ligera esperanza, un rumor de mediodía, una canción de gitanos, un estertor meridiano, un ruidito imperceptible, un alúd de corazón, una tormenta volcánica, un relojito de agua, una serpiente perdida, un pelito de camello, una flauta Ney, un tambor parlante, una cuna renacentista, un trazo de altamira, una mirada de adán, un roedor en campaña, o una viñeta de Rembrant a quien yo apenas sigo con la mirada. Pero la amo.
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