jueves

miércoles

Cróniquilla con seres fantásticos

La lluvia de diciembre es sencillamente providencial. No llueven gatos ni perros, pero es esencial su aroma y el matiz que toma: es una lluvia metafísica, mística y lustrosa, diamantina, brillante y esotérica. Porque la Navidad es preternatural. Nos llegan avisos de otros mundos y otras épocas. Y si alguien no cree en Santa Claus, le queda Papá Noel, la recua de renos ebrios de alegría, el árbol plástico que debe ser para la eternidad, las parlantes luces eléctricas, las aceras pintadas de dos tonos en los barrios de extramuros, los enanos parlanchines que reparan juguetes, el sátrapa Herodes, las llantas quemadas pestilentes, el coro de niños que cantan en la Iglesia o el Ascendido Maestro Jesús, en formato de bebé perseguido por soldados centuriones.
Creo firmemente en ellos y en las ondinas que bajan a cubrirlo todo en esta época, aún en este paréntesis del trópico, y aunque otros calendarios apuntan a que sólo es una época simbólica y que no concuerda con la venida de este lider mundial, parece que fuera cierta esta fecha memorable que en efecto muchos confunden con la oleada frustante para entregar y recibir regalos comprados en las tiendas de la industria inmaterial.
Pero suceden inenarrables cosas en este período. Acontecimientos propios de los detectives de submundos y otraspartes que parece que sólo atañen a los escritores de historias navideñas, a los poetas, a los locos y a los nenúfares que se percatan de estos innaturales movimientos sobre las aguas quietas del estanque.
Créanlo o no, es tiempo de visitas metafísicas, tiempo en que los elementales, por alguna razón que no conozco a fondo, tienen un movimiento diferente al cual les atañe con frecuencia y la vida entonces, se altera en sobresalto.
Viendo la lluvia providencial que les narraba, cayendo sobre árboles plateados o violáceos, a la entrada de un centro comercial del norte de la ciudad, me vi de pronto rodeado por gentes anormales, alucinantes y sacadas de un cuento navideño, con la salvedad de que era ése justamente mi último día de trabajo asalariado en el año, que había comido bien, que estaba tranquilo, que me había tomado una tacita de café expreso y que había recibido la visita de los besos de “la que más ama”.
Entonces miré a mí alrededor, pero ninguno de los presentes ante el espectáculo inusual parecía deleitarle el espectáculo celestial. Más bien estaban concentrados en sus cuentas, en su tarjetas débito y crédito, en las compras desmedidas con las que resarcen de ocasión las faltas, pero a quienes no debo señalar –por su natural concentración – es a los seres de otras esferas que se concentraron en jugar a palmas, a rondas, a adivinanzas tal vez y con abrazos volvieron la escena, un diorama navideño que no voy a olvidar jamás y que por ello quiero compartir con ustedes.
Digan que estoy animado por otras influencias, que me cayó mal el whiskey navideño de brindar (del cual hasta ahora no he probado ni una gota), que las galletas navideñas no pegan con camembert ni se pasan con cabernet chileno o que siempre me pasan estas cosas…justo antes de entregarles mi crónica de ocasión. (Que acaso lo invento todo, pero no es así).
En la ventana frente a la rotonda de entrada de la mezquita capitalista, un alargado, muy flaco duende de alargadas orejas daba palmas con una niña pequeña de unos ocho años. De entre su enredado pelo rojizo, apenas sobresalían impávidas las orejas ovales que caracterizan a los seres de submundo. Me parecía verle sus zapatos con arabesco, de larga punta enrrollada sobre si, rojos, o la trusa verde de saltar cómodamente para hacer vibrar campanillas y sonajas. A mi lado estaba un bulldog de Nogal, hermético hombre de nieve con pelo aderezado de harina de costal, sujeto a un perro blanco también como la nieve que casi nunca vemos, pero que ese día vimos en forma de terribles cristales que amenazaron con romper persianas y vitrales, pero este era un bull terrier manso que no jalaría ni un trineo de juguete, cuidando a un hombre regordete, hecho de almidón, malgenio y nieve macerada. Se guarecían.
La lluvia no cesaba, pero el ambiente era vibrante. Mas bien parecía animarse y el color violeta de los árboles hacía resplandecer nuestros rostros. Nadie vio conmigo exactamente lo mismo que yo veía…pero en realidad les sorprendió a mis compañías, la rara cara de los personajes, ese aspecto trashumante, venido de las laderas de lo ignoto.
Entonces estaba la zona despejada.

Lo del hombre azul fue otro asunto, también ocurrido en estos días prenavideños. Más que azul, era tornasolado; más que tornasolado, un carbón frío, azul grisáceo, negro finito…un labriego indígena en la vidriera de las plumas Parker, iridiscente, de colores magros cambiante, de frente humilde, de rasgos recios, de manos maceradas a través de azadón y de machete, continuamente usados en las 24 horas de la cosecha. ¿Un ser de otro mundo? Sí, de las praderas campesinas, otro desplazado en el mundo de gigantes, otro eslabón venido de la Atlántida.

Pienso en aquiescencias, en transparencias, en inquietudes anteriores en este mismo plano de existencia y quizá en pasadas vidas en las cuales cometimos otros errores que tratamos de resarcir en este palmo recorrido.
Recurro también a la tele navideña: un reducto interminable de duendecitos y santas gringos y ahí en ello incluso cierto augurio, ciertas intuiciones, algunas nostalgias, no muchas pistas, mas bien vagas ideas de lo que podría ser el otro mundo. Y ello me conforta.
Pero sí, de vez en vez, suelo ver duendes, hadas, hombrecillos regordetes de nieve, residentes de la Atlántida. Y no vienen por cable. Son protectores auténticos del reino iluminado, bellos testigos de otros mundos que a veces se traslapan en este, velas encendidas en medio de la oscuridad y la ventisca…elementales que trepan desde el vacío infinito, hasta risco rugoso de lo que algunos llaman presente, realidad y consistencia. No es nada más.

jueves

UNA INFINITA TRISTEZA


CONSUELO
Por las calles de la ciudad va mi amor. Poco importa a dónde vaya en este roto tiempo. Ya no es mi amor: el que quiera puede hablarle. Ya no se acuerda: ¿quién en verdad le amó?
Mi amor busca su semejanza en la promesa de las miradas.
El espacio que recorre es mi fidelidad.
Dibuja la esperanza y en seguida la desprecia.
Prevalece sin tomar parte en ello.
Vivo en el fondo de él como un resto de felicidad.
Sin saberlo él, mi soledad es su tesoro.
Es el gran meridiano donde se inscribe su vuelo, mi libertad lo vacía.
Por las calles de la ciudad va mi amor. Poco importa a dónde vaya en este roto tiempo. Ya no es mi amor: el que quiera puede hablarle. Ya no se acuerda:¿quién en verdad le amó y le ilumina de lejos
para que no caiga?
RENÉ CHAR



Nos enamoramos sin remedio siempre, de la persona equivocada. Quizá no de la equivocada tantas veces, como sí frecuentemente de la que no quiere nada con nosotros y hacemos una construcción inútil, tanto o más como un templo puesto en mitad de la nada, para rendirle culto a la amargura.
En la tarde, después de la nueva derrota, salgo a dar un paseo forzoso, un inevitable merodeo por una ciudad que cruza irascible como un tren de medianoche, llena de gemebundos y de desahuciados. Un tren de condenados, de suicidas, de proxenetas, de mujerzuelas, de sacerdotes totales y de hombrecitos con relojeras, con pipetas, con pitilleras damas engoladas, de gordos sonrientes, de enemigos y de todo el desencanto que apesta como una cloaca que hasta ahora toma aliento frente al sol helado de la sabana. Pero soy un perro atrapado en el semáforo.
Tiene uno ganas de salir a gritarle a los mecanismos del reloj en la vieja catedral, de patear a los mendigos que son la tripa del planeta, a dar hórridas carcajadas para empañar los espejuelos de Dios, pelearse con poetas, darle razón a los graffitis, a las sogas, a las cartas, al telégrafo, al badajo solo sin campana, al arte del barroco, a los benjamines y a los picaportes, a las rosetas, a los guarda escobas, a los boleros, a las espátulas del renacimiento y al jardín de desahuciados que toda la noche aúlla como una sirena de estación o enceguece como un faro inútil en la cima.
Toda la noche doy vueltas en la cama como un calamar ciego en busca del sueño de ultramar, pero es inútil pues me he extraviado de las corrientes que me llevaban a su amor, quedé ensartado entre las piedras levadizas, entre ronchas marinas que se explayan con puntiagudas escamas o adoquinado el camino con plántulas y fitoesperma imposible que hace chasquear la enredadera de los pies falsos y de las falsas manos mientras sea una flor o una diáspora de múltiples ventosas, caen al vacío.
Me ahogan la alucinación y el tedio entre las sábanas y aunque le busco en la arena de la noche plúmbea, los cielos han borrado los techos y las estrellas corrompieron el vino y las medusas que vibraban antes en el aire turbio de la noche oculta,se borraron por navajas sigilosas que trinan con el viento.
Es en amor todo muy triste cuando declinan las corolas sus rutilantes pliegues y sus únicas quietas destrezas descienden en el juego hipnótico de la quietud, cuando se desvía el curso de la luz sobre si mismo y un depósito de ruidos te lanza lejos con fuerza de silentes megatones.
Salgo a la ciudad para que me grite con luz quebrada, con húmedos chorros de rabia, para que estropee mis sentidos, para que yo mismo me pierda, para que ponga mi celada, mi cebo para engañar a los ratones del tímpano, mi grasa de hacer mas nubia la luna que expone las visceras de los augures, el hilo de pescar otras angustias, la cuchillada limpia de hacer parir otras mañanas, sin esperanza.
Me favorecen sombras aunque sea ahora yo mismo el Iluminado, el que sigue las intuiciones de la pócima, los olores del éter, la fresca inhalación de las esencias, pero me invita el desamor a desandar los pasos, a hacer preguntas en vuelo que generan relámpagos y trinos, pero he perdido fuerza aunque sean estos mismos puños los que golpeen el cielo y otra vez estos labios los que relatan en silencio la intrahistoria de la caída, del desapego, del desenfreno, de la renuncia.
Mi amor es triste
Porque es fiel
No interpela el olvido de los demás
No cae de la boca como un diario del bolsillo
No es flexible en la angustia que en común se arremolina
No se aísla en las rompientes de la península simulando pesimismo
Mi amor es triste
Pues está en la naturaleza turbada del amor ser triste
Como la luz es triste
La dicha triste
No has pasado libertad tus correas de arena.

RENÉ CHAR

viernes

UN MONTÓN DE PELO




Por PABLO ESTRADA



Ocurrió en los días previos al concierto de Iron Maiden en Bogotá. Todo un acontecimiento, teniendo en cuenta la creciente fanaticada que la banda británica de heavy metal ha cosechado en nuestro país, así como el hecho de que el número de bandas extranjeras que nos visitan no es tan amplio como el público quisiera, debido a la amenaza que representa una nación famosa por su inseguridad democrática –esto es una democracia que se precia de ser una de las más consolidadas del continente y sin embargo presenta formas de violencia y corrupción, inequidades sociales y abusos de poder, idénticos o peores que los de los más repudiados regimenes totalitarios del mundo. Y es que precisamente el cantante del grupo inglés, años atrás, anunció que no vendría a Colombia e hizo controvertidas declaraciones. En todo caso, a todos pareció olvidárseles lo bocón que había sido, para ellos, el vocalista. Y, entre las actividades preliminares en torno a la agrupación que se programaron, hubo un par de conferencias a realizarse en la Universidad Nacional.
Aquel viernes en que se llevaría a cabo una de las conferencias, iba simultáneamente a inaugurarse un evento que reúne música electrónica y manifestaciones o expresiones con tufillo contracultural y discurso de resistencia… uno de esos apéndices que le salen al absurdo movimiento anti-globalización que a la vez celebra la diversidad mundial… Me interesaba saber con qué nuevo desatino iban a salir esta vez, pero tenía un tremendo dilema: si llevaba la facha adecuada para lo de Iron Maiden desentonaría con los asistentes al otro evento. Era una cuestión de tribus urbanas diferentes. Insito en llamarlas tribus aunque a los sociólogos no les guste, pues para mí actúan como hordas salvajes armadas de garrotes y emitiendo sonidos guturales imposibilitados para el lenguaje articulado y que siguen al líder sin objeción ni conciencia.

Opté por ponerme el estricto luto de los metaleros, llevando una capucha con la que cubriría mi cabellera en el escenario multicolor del sitio de electrónica y pondría al descubierto una colorida camiseta que habría camuflado bajo el negro de la ropa que llevaba puesta.
Todo mi capital era un billete grande que no quisieron cambiar en ninguno de los buses en que intenté irme. Debía cambiarlo. No sabía qué comparar. Miré a mi alrededor: una iglesia cristiana, una peluquería y un local de Internet con los pocos equipos disponibles ocupados… fue como una revelación. En ese momento recibí una llamada a mi móvil. W me preguntaba si podría dar una clase, la mañana siguiente, a una niñas en uno de esos barrios de alcurnia del norte de la ciudad… ¡Diablos!, pensé. Me incomodaba la idea de mejorar mi aspecto para aparecerme ante las jovencitas ésas y no causar mala impresión, pues no tenía otra alternativa que aceptar aquella efímera posibilidad laboral: necesitaba el dinero.
Tomé una decisión. Dije que sí y compré una Coca-Cola en lata antes de entrar a la peluquería y pedir que recortaran mi melena. No sentí nostalgia ni congoja. Me causó gracia lo simple que resultaba perderla luego de tanto esfuerzo en vano y enfrentamientos a raudales por mantenerla. Me había costado empleos, humillaciones, agresiones y burlas. No podía creer que hubiese dado tal carga simbólica a
un montón de pelo que entonces caía al suelo, desprovisto de cualquier significado.


Era raro darse cuenta que ahora –y desde siempre– no se trataba más que de cabello. Igual sucedería con una nariz enorme y un pene o unos senos pequeños. Al fin de cuentas, por más connotaciones que se le atribuyan, no dejan de ser lo que son y únicamente cobran importancia en cuanto a cánones de belleza que, total, son prescindibles.
Salí de la peluquería sintiéndome cómodo. Era como si me hubiera quitado un peso de encima. Ahora el asunto sería otro: mi calvicie en avance. Pero, desde ya, sabía que de alguna manera lo resolvería.
Se había pasado la hora de ir a la conferencia –luego iría a otra que sería un absoluto fiasco– y no me apetecía ir al evento de inauguración. Tampoco se trataba de pararse los pocos pelos y pintárselos de color chillón y dejarse los pantalones por debajo de las nalgas… Además mi gusto por el heavy metal y mi desprecio por la música electrónica siguen intactos, la banda sonora de los adictos al amor químico y la visión ácida de un nuevo mundo feliz no me interesa por ahora y menos con proclamas politizadas.
Al concierto de Iron Maiden no fui, me era imposible sufragar el monto de la entrada... Era un desempleado que había pagado caro el precio de dejarse largo el pelo y actuar conforme a los derroteros de la perversa imagen pública de una caterva de ídolos de barro que hoy día no son más que piezas removibles en la industria del espectáculo, en una de las múltiples variantes que se encuentran en oferta en el mercado.

domingo

TRABAJAR CANSA

No es que no tenga tema para volver a escribir y para volver a encontrarme con mis lectores (¡ya puedo hablar de ellos, como si me pertenecieran, porque DE FAUNA los tiene!) y es más bien una penosa situación de falta de tiempo.


Aunque hace un par de semanas que no duermo, o que dormito intranquilo, a razón de estar leyendo, preparando clases para recibir y también para ofrecer, y que incluso han llegado madrugadas que me sorprenden con mi bajo eléctrico desconectado, apenas musitando los estentóreos gritos sordos de sus metálicas cuerdas, el asunto de mi vida se volvió una cuestión de tiempo.


Si bien hace tan sólo unos meses era un desocupado, ahora he empezado retirada de proyectos con los cuales soñé siempre y ahora es posible que se vuelvan realidad. Me llegó una hora para delegar y que sean mis amigos quienes soporten y disfruten las mieles de la ocupación. No puedo abarcarlo todo.


Me gustaría haber podido reseñar la Feria del Libro, por ejemplo, pero fui a muy pocos eventos y en los que estuve, me deleité tanto que quizá escribir sobre ellos hubiese sido arruinarlos. De mis hallazgos de nuevos músicos, nuevos archivos que encuentro en "Soulseek" (ése oráculo inagotable de ondas sonoras) o del re-encuentro con el amor, con la atracción, con la coquetería y con la seducción, me gustaría hablar, pero no hay suficientes horas posándose en el alféizar de mis días.


Sin embargo debo anunciar lo imprescindible: una de las empresas más caras que jamás haya soñado, está a punto de ser realidad y es esto de empezar a producir eventos musicales con artistas locales y que en algún momento compartirán también con extranjeros.


La ahora de por si borrosa imagen de Luis Tejada, fumando pipa, apoltronado, con las piernas elevadas hacia el cielo, contra la ventana, es ahora muy lejana. El caso es -eso sí - que gozo mucho este momento, lo atesoro, quiero asirlo, porque también hay otro lugar para el acto de despojarse, de renunciar, de aligerarse (y de a-sombrarse). Cuando ya no quede otro remedio que partir.


La imagen de Pavese me asalta. Le reclamo territorio ahora en lontananza. Hoy estuve en el servicio religioso nuevamente, vine renovado a contraviento de Negri y de Foucault, que ya no me importan y hallé el libro de Jorge Zalamaea que tanto había querido. Por dos mil pesos, como nos gusta en estos días, de barata.


Trabajar cansa (CESARE PAVESE)

Los dos, tendidos sobre la hierba, vestidos, se mirana la caraentre los tallos delgados: la mujer le muerde los cabellosy después muerde la hierba. Entre la hierba, sonríe turbada. Coge el hombre su mano delgada y la muerde y se apoya en su cuerpo. Ella le echa, haciéndole dar tumbos.La mitad de aquel prado queda, así, enmarañada.La muchacha, sentada, se acicala el peinado y no mira al compañero, tendido, con los ojos abiertos.

Los dos, ante una mesita, se miran a la cara por la tarde y los transeúntes no cesan de pasar.De vez en cuando, les distrae un color más alegre.De vez en cuando, él piensa en el inútil día de descanso, dilapidado en acosar a esa mujer que es feliz al estar a su vera y mirarle a los ojos.Si con su piel le toca la pierna, bien sabe que mutuamente se envían miradas de sorpresa y una sonrisa, y que la mujer es feliz. Otras mujeres que pasan no le miran el rostro, pero esta noche por lo menos se desnudarán con un hombre. O es que acaso las mujere sólo aman a quien malgasta su tiempo por nada. Se han perseguido todo el día y la mujer tiene aún las mejillas enrojecidas por el sol. En su corazón le guarda gratitud.
Ella recuerda un besazo rabioso intercambiado en un bosque, interrumpido por un rumor de pasos, y que todavía le quema. Estrecha consigo el verde ramillete -recogido de la roca de una cueva- de hermoso adianto y envuelve al compañero con una mirada embelesada.
Él mira fijamente la marañade tallos negruzcos entre el verde tembloroso y vuelve a asaltarle el deseo de otra maraña-presentida en el regazo del vestido claro-y la mujer no lo advierte. Ni siquiera la violenciale sirve, porque la muchacha, que le ama, contiene cada asalto con un beso y le coge las manos.

Pero esta noche, una vez la haya dejado, sabe dónde irá: volverá a casa, atolondrado y derrengado, pero saboreará por lo menos en el cuerpo saciado la dulzura del sueño sobre el lecho desierto.
Solamente -y esta será su venganza- se imaginará que aquel cuerpo de mujer que hará suyo será, lujurioso y sin pudor alguno, el de ella.
Versión de Carles José i Solsora

sábado

ALGUNOS VERSOS DEL POETA JAVIER HUÉRFANO

Por RAFAEL SERRANO

De la extensa lista de poetas que se presentaron el viernes santo con sus lecturas consabidas y su palabrería a veces luminosa, me quedo con uno de ellos, por fuera del convite. No desdeño, ni mas faltaba, al resto del grupo que escuchamos en lectura (casi ritual) desde una de las cómodas sillas que tiene el Museo nacional en Bogotá, puestas en las otrora mazmorras, ahora convertidas en augustos auditorios y salas de exposición.
Era la celebración del “Día de la Poesía” y por ello el conjunto de poetas que participa en el periódico virtual “Con-Fabulación” y también en la revista impresa “Común Presencia”, se valieron de la carretera virtual y algún medio impreso, para convocar allí a los adeptos de siempre, a los curiosos puntuales y a uno que otro lector de versos, cuando menos no simples oyentes de los que van a la Casa de Poesía Silva.
El poeta Iván Beltrán Castillo explicó que la celebración es mundial y que coincide con la noche de Walpurgis: una hórrida noche de luna centelleante en la cual brujos y brujas de todo pelambre salen a buscar ramas secas y yerbas que crecen en el bosque para después hacer sus infusiones, sus hechizos.
Coincidió el asunto con la muerte de Matilde Espinoza, un baluarte de la poesía nacional, que entonces descubrimos que era abuela de Fernán Martínez (el manager de Juanes) y también de Guillermo Martínez González, el editor de Trilce, una empresa incansable al servicio de autores locales, y traducciones de extranjeros.
El poeta a quien me quiero referir con brevedad (para no agobiar a nadie con asuntos que no debieran sonar elogiosos, pero tampoco injustos) de seguro ha leído algo de esa práctica de la “noche mágica”, pero procuraré no intentar analogías con las suyas, personales y casi secretas, para combatir y aliviar los dolores de su humanidad, que por cierto y como siempre desde que lo conocimos, permanece incólume y sobre todo, jovial.
Sobre el evento tuve observaciones triviales, objeciones insulsas y referentes jocosos que no mencionaré y tampoco guardaré para el corrillo. Estos asuntos se vuelven cada vez mas una encerrona y de lo que se trata es de darle rienda suelta a la imaginación, por ello celebro y canto a todos los poetas del mundo. ¡Uníos!
El evento estuvo generosamente concurrido y a pesar del abrebocas de las crónicas de Jotamario Arbeláez, la tensión de la velada no desfalleció y mas bien mejoró notablemente con la intervención, entre otros, de Mauricio Contreras, Rafael Del Castillo, Gustavo Tatis Guerra, Alfonso Carvajal, el mismísimo Guillermo Martínez González a quien hace mucho no veíamos en las figuraciones literarias y también subieron al estrado nombres para mi desconocidos, pero con publicaciones hechas y premios a granel, como el caso (de varios mas) de José Zuleta, hijo del conocido filósofo y ensayista, Estanislao Zuleta.
El poeta en mención no estaba en la lista convocada. Como no ha estado antes en algunas otras. Y eso le divierte cantidades. Aún así, con desprevención total y no por ello fiel al rigor que la literatura exige, ha venido publicando por su cuenta, obras breves pero alucinadas, cada vez más decorosas y de mejor factura tanto en el fondo como en los formatos.
Me lo presentó en 1986 un amigó común que mantuvo por un buen tiempo una revista independiente de modesto tiraje, mimeografiada o fotocopiada, de nombre “Silbos” (la revista) y que fue material de lectura de mis últimos años de adolescencia. Esa noche lejana, sentados en el viejo sofá del pasillo en la Casa Silva, este poeta traía puesto un pantalón verde “biche” y un saco rojo “pasión” (combinación imposible, pero digna de un “poeta joven”) y ello era inusual para la época, cuando el uniforme de poeta era usar botas industriales de color marrón o amarillo, con bluyín, mochila, gabán largo heredado y por supuesto, bufanda. De algún modo se había anticipado a la era del “grunge” y el estilo alternativo, si a ello le sumamos además, su cabello revuelto y su postura afectada.
Recién estrenaba su poemario intitulado “Uno está en el día como dormido” con una nota de Luis Vidales. Desde entonces lo encuentro a él en una y otra y cien formas o matices que la vida tiene: como funcionario, con cabello corto y bien peinado, como desempleado, feliz y lleno de hijos y recientemente, como abuelo (de largo cabello y sin una sola cana), como pintor y ahora, como editor. La mayor parte de esas veces, viene con mucho desenfado, del cual confieso he aprendido mucho, pues el tono en poesía debe ser ese, contrario a la pose o a la genuflexión.
Les propongo pues, la lectura de estos poemas contenidos en su más recientemente libro aparecido a finales de 2006 y que él disculpa tímido pues “hace ya mucho rato que salió”. Acaso sea esto último, otra lección de vida que este amigo nos ofrece, pues presiente uno que los días se escapan como el agua y hay entonces que poner manos a lo obra, pues por encima de las figuraciones, de las rencillas, de los rencores, están estos hallazgos, estas formas del espíritu, esta encomiable labor de los que gozan el verso de raíz. Con ustedes, Javier Huérfano y algunos poemas extraídos de su libro “Quien dijo que la oscuridad no es otra luz” (Bogotá, 2006) -500 ejemplares numerados, firmados e ilustrados por el autor –




Del poemario "QUIÉN DIJO QUE LA OSCURIDAD NO ES OTRA LUZ"
JAVIER HUÉRFANO (Calarcá, Quindio 1959) Colección de Poesía FRIDA, 2006

I

Resisto
en el dolor la terquedad del viento,
pétalo de rosa que sin decir
por ejemplo que hubo amor entre
mis papeles y el largo silencio de un poema.
La tarde de sábado con algo de sol,
tenía ojos de alegría en el beso
puesto para el deseo.
Todo fue miedo de cuerpos vivientes
en los gritos de las bocas cerradas,
palpo en la fatiga de un pequeño incendio
volveremos a la tierra sin desplantar el polvo.


IV

Hago parte de la comedia
testigo y verdugo soy
deposito mi cabeza en la muerta noche
que no sale del terror.
V

Se enrosca la luz como serpiente
busca la piel,
se asoma en el miedo
tu pedazo de cuerpo enfermo,
que dice reconocer la angustia,
dice vivir la desidia
de un trozo de muerto
que niega la muerte por siempre.
VIII

Con el vómito en la boca
no deseo ver moscas felices
alrededor de esta dolencia.
El viaje por mis viejos ultrajes
te recuerda,
me apropio de un olvido
y sin esfuerzo paso las manos
por el amplio desierto de la tarde.
IX

Poseo un tiempo hecho pedazos
en el fiel reloj
de estas manos que atrapan poco,
afuera niños perversos se burlan,
por arriba
una marcha de caballos blancos
no dejan ver el azul del infinito.
Pretendo
ocultarme de todos
bajo mis lentes oscuros.
X
Aún soy ese animal
que manosea con gracia la tristeza;
perdido me encuentro
en la pirueta de bufón.
Temo que se presente,
que llegue sin invitación
a mi casa del sur
con sus palabras de viajero maltratado.
Una concurrencia de muertos
aplauden en la puerta del abismo.

martes

WILLMER ECHEVERRY Y HOPPER

jueves

¿QUIÉN LLEVA MÁSCARAS EN POESÍA?

Bajo el gracioso nombre de “Máscara contra Máscara: ¡Vale Todo!

Nos reunimos anoche, miércoles 13 de febrero de 2008, un grupo

de animados poetas para leer inéditos textos de diversas cosechas

y distintas texturas. Los más sorprendentes quizá por su carácter

enigmático y a la vez pictórico (son cuadros para armar

mientras se degustan) fueron los leídos por Willmer Echeverry.

Delacroix y su impresión de guerra, podrían ser un bello parte para contar qué pasó anoche en la reunión literaria. Asistieron algunos estudiantes de lingüística de la Universidad Distrital en la fría Bogotá de siempre, a una cuadra de la entrada principal de la Jorge Tadeo Lozano.

No era el frío lo que ajejó al resto del público, sino más bien que allá, en la Universidad vecina, se había convocado a encuentro literario con los pesos más pesados de la poesía nacional. Y nosotros sólo llevamos veinte años en silencio. O por lo menos eso nos lo hizo saber, de su parte, el buen y sorprendente poeta Willmer Echeverry. Casi veinte años en el ostracismo, en la meditación, en el auto exilio dedicado a escribir siete poemarios hasta ahora inéditos, de tan buena factura, que cualquiera caería de la silla.

El asunto en poesía, es que deben pasar muchas cosas: deben pasar todas allí mismo y el vedetazgo, se queda para unos pocos. Aquí sí podemos hablar de obras en marcha, de limpia luz sin ir a tientas, de grafías enigmáticas y detonantes de una lucidez, al decir de René Char, el poeta francés de la resistencia, que está mas cerca al sol.

Nos reunimos, pues, ingenuamente, a esperar el público que previamente habíamos convocado sin afanes, entre amigos. Pero llegaron devotos nuevos a escuchar qué es lo que se viene fraguando, pasando por alto a Juan Gustavo Cobo Borda, a Darío Jaramillo Agudelo, a Ramón Cote Baraibar y a Juan Manuel Roca. Y se fueron satisfechos.

A ellos los encuentran en vidrieras, a nosotros, frente a ellas, tratando de romperlas. En el extracto de su poemario “Y los Perros Aprendieron a Cruzar la Calle”, Echeverry insinúa la delicia de quebrar los vidrios; y eso a mi me consta, cuando – luego de la derrota del amor – quiso buscar por mi, la casa de la que mal pagó. Lo de Willmer es poesía de acción, de símbolos, llena de color y enigma.

Ya no vuelvo entonces a preguntarme ¿para qué la poesía? (haciendo eco a cierto poema de Pablo Estrada) pues vuelvo a casa convencido que es esto para el deleite de los sentidos, sin mas ni qué, sin limpiar las botas de las editoriales.

A Larry Mejía se le ocurre ahora que sería bueno alquilar un lugar como el de Manuel Giraldo (el escritor que nos acogió en su casa anoche) y formar un colectivo en el que estemos todos y que sería la casa de los que antes tropezaron con barreras.

Los soldados que pintó Delacroix, han robado piezas del uniforme militar que hallaron entre cuerpos sin vida, en la dantesca escena. Nosotros, en una suerte de Golem, nos levantamos sobre esta tierra de desdenes, a otear el horizonte.

Manuel Giraldo, réferi en el encuentro poético que llamamos “MÁSCARA CONTRA MÁSCARA: ¡VALE TODO! comenta que está intentando gestionar la publicación de una antología de los escritores que han pasado por su café libro “DE SOBREMESA” y que la idea fue bien acogida por Mery Yolanda Sánchez, secretaria de la gerencia de literatura en el viejo Instituto de Cultura.

Echeverry recuerda que hace casi 20 años atrás hizo por última vez una lectura pública de sus textos. Eso por elección, pues aunque se codeó con el séquito de Roca y fue publicado dos veces en el extinto Magazín Dominical del periódico El Espectador ( en donde muchos de los de la generación de ésa época lejana queríamos aparecer con nuestros textos) escogió concentrarse en sus lecturas y en su oficio de poeta y de artista conceptual, con buenos resultados.

Willmer Echeverry dará mucho de que hablar en estos próximos meses. Lo aseguro. Me endilga culpas magníficas a mí, que no he hecho otra cosa que animarlo a publicar, justo en el momento en que las puertas editoriales son tan difíciles de convencer para publicar hombres del común, como nosotros, o que la única oportunidad de engrosar un catálogo se haya ido con el posible viaje de Fernando Denis, fuera del país (Denis, un buen poeta metido de editor recientemente).

Si alguien se llevó la máscara de la poesía, sin duda fueron los asistentes, innegables ganadores. Nosotros, la bonita honra de un sencillo homenaje a nuestra búsqueda estética, de espalda a lo que sucedía entre tanto en el otro cuadrilátero.

De fortuito nos hallamos juntas dos generaciones apenas subsiguientes una de la otra. Pablo Estrada con música de fondo, Larry Mejía con las manos heridas por macetas y cinceles, Rafael Serrano con sus espejismos de úpiros alados y Willmer Echeverri, un poeta de talla abstracta, el último de los poetas de la imagen, un pintor que ríe como reía Delacroix, de los horrores.

HOMENAJE A HUMBERTO MONROY


Un homenaje a la banda pionera del rock colombiano y a través de este, un modesto homenaje a su gestor, “el maestrico” Humberto Monroy, nos deja varios sabores en el alma; lo que fue, lo que ocurrió, lo que pasó luego de la tormenta y una herencia, en palabras del mismo músico, para decirles a los hijos que ahora él es “pasto para bestias”.
Se realizó el jueves 7 de febrero en el café libro internacional De Sobremesa, de propiedad del escritor Manuel Giraldo, Magil, en frente de las Torres Blancas, en el centro de Bogotá, un homenaje al rock nacional tan sencillo y con tan pocos asistentes que puede uno creer que esto del rock nacional es cosa de iniciados o de voyeuristas minuciosos.
Aunque buscaron invitar a Cosme Castañeda, músico de planta de la banda más emblemática de los inicios del rock colombiano y que se previó que parte de la presentación la hiciera el célebre Dr Rock, de nombre Gustavo Arenas, sólo rendimos tributo a esa memoria esencial de la historia colombiana, un puñado de amigos –entre curiosos y desentendidos– al son de unos arreglos magníficos que el dueto a cargo preparó para la ocasión.
Me pregunto en qué momento y porqué, la historia del rock nacional se volvió un asunto fragmentado, anecdotario incierto de rumores e imprecisiones y cómo es que ante tan íntimo y delicioso contenido textual e instrumental emprendido hace cuarenta años por el grupo de Monroy, esa obra no es siquiera pieza de colección en el país y en cambio sí es un bocado de cardenal para aficionados furibundos y coleccionistas ansiosos en mercados de México, Estados Unidos y Europa, fieles a lo que hoy llaman “vintage garage bands”.
Un dueto singular, acendrado en las composiciones de Humberto Monroy, cantante y fundador de dos de las legendarias bandas pioneras del rock en Colombia (Los Speakers y Génesis) fueron el centro de una noche efímera pero animada, que quizá no se vuelva a repetir, a pesar de lo que algunos quisiéramos para bien de la memoria de este territorio del desdén que se llama Colombia.El acertado, buen bajista, Alfonso Chacón (Pocho) y el legendario baterista Jorge Latorre (KCh), ahora metido de cantante y guitarrista, ofrecieron uno de los recitales que deben quedar para la memoria, por cierto endeble, de las buenas cosas que le pasan a esta ciudad y a este país.
Latorre rememoró varias de las canciones que hicieron famoso al grupo musical que tan famoso fue desde los sesenta y que en su mayoría son composiciones originales del mencionado Humberto Monroy. Para la docena de asistentes, estos temas resultaron una balsámica expedición hacia la a veces llamada por expertos “década prodigiosa”. Para algunos de ellos, descubrimiento, para otros, memoria, para los menos, intriga.
El rock en Colombia nació en la casa del un poco nervioso vocalista, Jorge Latorre, como él mismo lo ha contado varias veces y el discreto titubeo lo hizo notable esta vez, pues su costumbre y vocación está especialmente en la batería y no en las posiciones de acordes aprendidos quizá directamente del mismísimo Monroy.Cuando Latorre me invitó a su apartamento de un lejano 1996, en el barrio Bochica, en el noroccidente de la ciudad, lo más notorio al ingresar allí en ese entonces no fueron los acetatos de las bandas con las cuales grabó durante décadas agitadas, ni las flautas que se registraron en esos mismos surcos, ni el sombrero de Carlos Pizarro (tesoros todos que conserva con fidelidad a ideales y a historias pretéritas) sino el libro dispuesto en el sofá como quien lo ha dejado allí para un pendiente de cosas por hacer: un método que decía: “Cómo Tocar La Batería”.
Le pregunté entonces el porqué de un libro así en poder de un veterano de los tambores, probado en innumerables escenarios y con más de una decena de grabaciones profesionales en su haber y entonces me respondió que un músico jamás debía parar de estudiar, incluyendo los rudimentos que creía asegurados.El hallazgo fue feliz y me tranquilizó, pues también yo era y sigo siendo, un estudiante incansable, a quien le falta todo por recorrer en música. Ahora lo encuentro como guitarrista y cantante. Cuando interpretó el clásico La Casa Del Sol Naciente (tema del cual explicó que se trataba de un “spiritual” negro adaptado por la banda The Animals y trasladada al castellano por Humberto Monroy para los Speakers) vinieron a mí los recuerdos del Jorge Latorre profesor de primaria en un colegio campestre en Cota, un bonito pueblo a las afueras de Bogotá, sentado en la parte de adelante del pequeño bus escolar que nos llevaba por barrios del norte, de Unicentro a Cedritos, pasando por la 119, cantando esta misma canción, mientras los pequeños dormitaban o le veían atónitos.Y es que conocí a Jorge Latorre en avatares de la docencia, cuando coincidimos en el Colegio Duque de Winsor (de propiedad de su madre) mientras él era profesor de Literatura y enseñaba a los párvulos el poema de Gonzalo Arango, titulado El Tesoro y era yo el profesor de Inglés, gran reto en una institución bilingüe.Allí conformamos sendos equipos de micro-fútbol, y aun cuando he sido negado para ese deporte, me atrajo bautizar el onceno como Vampires, en tanto Latorre comandaba El Atlético Muisca.
Quiero contar, digamos aceptar, que las leyendas también hacen lo que todos alguna vez hemos hecho y pasado: trabajos, penurias, vicisitudes, amores fallidos, encantos y desilusión.
La rectora de ese colegio campestre hubo de ceder su máquina de coser hacia el año 61 o 62, para colaborar con una causa de aventajados profetas sin barba: la fundación de un grupo rocanrolero que llevaría el nombre de Los Dinámicos que ya incluía a Humberto Monroy y que luego se fusionaría con otro grupo para consolidar la ahora legendaria banda pionera del rock local y nacional Los Speakers.
Puesta la Singer en una casa de empeño, Humberto Monroy decidió vender su colección de cómics a las puertas de teatros del centro de la ciudad y que incluía títulos como Archie, Tarzán y Periquita.
Con esos fondos pidieron traer amplificadores directamente de Inglaterra, que ingresaron a lomo de mula por San Antonio del Táchira en la frontera con Venezuela. Al tiempo pidieron fabricar guitarras idénticas a las de los Beatles y por consejo del ebanista a cargo de la talla, se metieron a conseguir cerca de 30 pequeños imanes para elaborar los fonocaptores y que sólo pudieron hallar en los auriculares de los teléfonos públicos del barrio Chapinero.
Jorge Latorre originalmente fue el roadie de la banda Los Speakers; es pionero en un oficio no siempre agradecido que entre cosas consiste en afinar, cargar y acomodar los instrumentos en el escenario, antes de que salgan los músicos, y también ser un supervisor de que todo marche bien en materia de sonido y un estratega ingenioso que prevé y/o cubre cualquier imprevisto. Es un “todero”.
Quizá por ello Latorre, KCh como le conocen en el ámbito artístico, presentó un recital informal, pero impecable. Por ello tal vez, por su ánimo inquieto de “todero”, es como ha irrumpido como “stand up comediant” o lidera la banda Los Cheacles, además de ofrecer recitales didácticos o bandas especializadas como la que tuvo con el mismo Alfonso Pocho Chacón, de música del Brasil, llamada Berimbao.

viernes

LIBAR LO BUENO DE LA VIDA

A propósito de dos encuentros literarios sucedidos
en la semana que terminó: uno oficial, publicitado y remunerado
y otro antagónico, pensado para un grupo de amigos
y a pérdida económica, el autor propone el primer texto de
una serie reflexica en torno al sentido que tiene escribir.Vieja obsesión.
Pasar con escritores significa libar lo bueno de la vida misma. Errar, vagabundear equivocarse. Se fraguan planes que en los mejores casos se logran, pero las mas veces son espectros y expectativas lejanas. Latencias de un mundo a la deriva. Pero es delicioso. No renuncio. Si de renunciar al ámbito se tratase el asunto, sería esto de obviar lugares comunes, afeites y sobre todo las poses de lo que no es pero parece que obedece a un ritual para muchos obligado. Para los menos, caduco. Y en ello consisten esas reuniones legítimas de juntarse a hurtadillas del trabajo, la familia y otras parcelas. Fugarse para planear mejores vientos.
Se han olvidado de uno como yo, los menos. Que fui de tertulia en tertulia, de recital y conferencia como en cercano carrusel y les conocí de nombre y a veces de lectura e incluso de amistad conclusa. Los escritores. Pero no es eso primordial. Es cierto que mi aspecto cambió de rockero resuelto a monje tibetano, pero mis palabras son las mismas. Los encuentro de vez en vez en algún lugar y aunque me alejé por conveniencia de sus lugares donde reunidos parecían posar para una fotografía inmortal, al hallarlos otra vez son gratas sus presencias, sus esencias, cada vez mas centrados en el oficio e incluso en la cordura que la tozuda convivencia marital o la invencible cotidianidad proponen.
De ese modo di una vez más con José Luis Garcés Gonzales, con Javier Huérfano, con Milcíades Arévalo, con Mery Yolanda Sánchez o con Francisco Amín y en cercanos días, con Jotamario Arbeláez. De renombre y buenas obras (aún en lo literario) y con años encima, virtudes públicas y privados vicios ejerciendo en lo íntimo, pero son ellos y están ahí. A veces, cree uno, sería mejor desaparecer, no para evadir los reparos de irremediables arrugas y kilos de adición, sino para evitar sus historias, sus súplicas conversas, el chismorreo de pares y de amigos. Sería mejor dar borrón y cuenta nueva. En eso me favorece el nuevo look que me hace casi imperceptible a los más desprevenidos y sorprendente a los medianamente agudos.
Me quitan años (eso parece cortesía) y me dan reclamos los que se sienten cómodos, porque casi he desaparecido, del mundillo literario que ahora está comandado por una tropa ambigua que posa de irreverente. Todo esto en parte me conecta una vez mas con la pregunta sempiterna de para qué es la poesía, para que pescar en un río tan revuelto, qué sentido tiene juntar palabras, como dijera John Lennon, desobligado en su mansión de mil acres; ¿para qué? Si antes ya pasaron Lowry, Kerouac, Trakl, Char y tantos otros favoritos.
Para qué preocuparse si hay tanto farsante de farándula y tanta niña boba que se cree a sí misma especial o si los púgiles son ahora ídolos de vidriera.
Asistí (he aquí el motivo de cierta inquietud que no llega al grado de molestia) a uno de esos coloquios de la fingida ciudad como capital del libro, acompañando a Pablo Estrada, quien no niega su simpatía por el más robusto y alto de los invitados a semejante convite. Ni siquiera un aviso de festín del intelecto.
Me tiene sin cuidado la alarmante, por cruda y atorrante, pose de Efraín Medina ante una grupo de estudiantes intrigados. Por el contrario me alcanza a emocionar su increíble popularidad. Las niñas (también bobas) lo rodean, le hacen fila, ponen atrás de sus caderas las manecitas ingenuas y el piecito delante dibuja círculos entretanto, para pedir autógrafos o saludarle. Es un héroe de jóvenes. Y en efecto parece uno de los siluetones altos y fornidos que aparecen en los capítulos de lo que - Medina confiesa - fueron sus primeras lecturas: “paquitos”, que en la costa atlántica colombiana es como llaman a los cómics.
Y asistí también de buen modo a una lectura pública del mencionado Pablo Estrada, al lado de un tambaleante (por ebrio y no por ausencia de tono) Larry Mejía, miembros de una cofradía que autoreferencian como “Negacionismo”, que antes tuve el privilegio de reseñar y que es una entidad autótrofa, con decisión y ganas de morir. El asunto es que eran, uno y otro encuentro, monedas diferentes de denominación contraria y aunque de un mismo país, sentía uno la distancia y brecha entre ellas. Valores distintos.

lunes

UNA ABUELA Y UN JAZZISTA QUE SE FUERON

Una abuela infiltrada entre poetas es la forma como pensé a mi abuela recientemente fallecida, puesto que estuvo ella, justamente, inmiscuida en algunos asuntos literarios y era familiar entre poetas locales.
Al escribirle a mi amigo Beto García, el pianista de jazz que antes mencionamos y celebramos desde aquí, le dije que posiblemente -ahora que también murió el gran pianista Oscar Peterson - mi abuela le saludara y le escuchara en un cuarto contiguo, en esa dimensión etérea a la que van poetas y músicos. In memoriam

También invito a leer una extensa crónica sobre algo que me sorprendió hace poco al encontrar una tarjeta de presentación olvidada entre un libro de poemas: de cuán duros son trabajos en la vida, a veces lo olvidamos, pero es posible que al final de la dura jornada, vengan recompensas.

oscar peterson

CÓMO DUROS SON TRABAJOS EN LA VIDA

Por Rafael Serrano

“quien puso en mi la vida
tiró una piedra al mar”
OSCAR PIEDRAHITA GONZÁLEZ

Casi había olvidado lo duros que son trabajos en la vida y cómo es que se pasan los días escasamente sobreviviendo a las tormentas y al irremediable caos, al destino inexpugnable, a las horas que son como mosquitos adheridos a la piel de los cadáveres o bullendo alrededor de una fruta del árbol derribado.
Casi había olvidado cómo se pasan trabajos en vida, cómo laborar cansa, cómo es que hay siempre alguien que debe hacer trabajos sucios y cómo es que casi siempre es a uno a quien le toca palear la soledad, las vicisitudes, las penas y las derrotas; los embates vienen cuando no se les espera (eso es absoluto) y cómo es que hay cornadas en la vida ¡yo no sé!
Vienen a mi memoria, por el hallazgo de una tarjetita impresa, olvidada entre las páginas de un libro de poesía, un mar de cosas, una cascada de impresiones, de probabilidades juntas, de asuntos pendientes y de situaciones que pudieron haber sido y que fueron, a pesar de la distancia, a pesar de los caminos que siempre se bifurcan, sin remedio.
Además de recordar al magnífico poeta colombiano Oscar Piedrahita publicado enbuenahora por la editorial de la Universidad Central (Bogotá, 1996) y quien fuera catedrático insigne de ésa no menos prestigiosa institución, recuerdo también mis años de beligerante hombre de blues, de rock pesado y poesía, un vagabundo rutilante de estación en estación perdido, un bárbaro pasivo que inoculaba con palabras las mentes de los coterráneos desde el escenario, un místico venido de un barrio del sur a las cantinas del centro.
En “Cantos del Torturado”, antología que reúne la obra del poeta de Caicedonia, Valle, están reunidos, entre otros, algunos de los más famosos versos de la poesía colombiana dedicados al padre (“Imagen del Padre Labriego”) y aunque el mismo autor reconoce que ése es un poema logrado y por el cual lo han reconocido en el país entero, no es su máximo “opúsculo poético” (como él mismo llamaría a los poemas) pues en su obra encuentra el lector más de una sorpresa literaria, porque él es un poeta de vanguardia.
Le conocí cuando fui su discípulo en la cátedra de Lingüística en la facultad de periodismo de la Universidad que mencioné, al tiempo que leía a Rimbaud, a Malcolm Lowry (el poeta y sobre todo el novelista) a Mallarmé, a los surrealistas y fue el maestro Piedrahita quien me instruyó en poetas como Leopardi y el asombroso Attila Jószef, un bárbaro lanzado a los rieles del tranvía, como yo mismo, aferrado al ruido, la emoción, la velocidad y el vatio en el metal pesado.
Piedrahita es un poeta moderno; amigo personal de Cote Lamus y de Gaitán Durán, de Martán Góngora y del terrible Arango quien lo acogió en las filas del nadaísmo, este poeta señaló para mi y para dolor de cabeza de mis allegados, la tortuosa ruta de la poesía: “esa casa en ninguna parte, ésa enfermedad desconocida”, parafraseando a Fernández Retamar.
En ése libro intacto, dedicado con su puño y letra, leído y releído tantas veces, he hallado una señal del absoluto pasado, que una vez fue presente, como un faro perdido entre las ruinas, aún encendido, plegando sus iridiscencias últimas, entre escombros de horas muertas.
Un negativo fotográfico de la empresa Kodak me recuerda que somos efímeros como un diente de león, esa especie de florecita del aire, de juguete caprichoso que se mece entre otras hierbas, esa espumita frágil, esa belleza intranquila que se deslíe con la brisa o con un bufido de doncella, y que es, como todos (como todo), deleznable.
Allí aparezco entre las ruinas por lantanio devastado; yo, una figura regordeta pero incólume, sibilino y sibarita, como una encarnación a medio camino entre Charles Mingus, Sid Barret y Terence Butler, rodeado o abrazado por amigos jazzistas, muchachos y muchachas del blues y un rockero con el cabello teñido de amarillo que fungía de sonidista en los conciertos que ofrecíamos de bar en bar, de festival en festival y que solía salir al escenario con su banda disfrazado de elefante rosado.
En otro fotograma en negativo, abrazado también, estoy con una muchacha bella que amé con la pasión de un loco. Digamos mas bien que aparezco allí aferrado a ella con la tenacidad de un mundo que estaba por desaparecer, que se habría de derrumbar – sin saberlo ninguno de nosotros, indefensos, a expensas del hórrido destino – y que finalmente se desplomó como un borracho herido en una callejuela, moribundo.
Entre las páginas del libro hallo también, como lo dije, la tarjetita. Se me antoja un tiquete sin usar, hacia el pasado. Una carcajada estentórea, una mueca siniestra, un ademán macabro, un pase hipnótico. No es nada que no pueda uno conciliar o atar fácilmente como los hilos de un botín, con dos medias vueltas y un bigote de ratón.
En el poemario leo: “Vivimos llenos/ de pequeñas muertes/ muertes elementales/ juegos a muerte/ de la vida./ Y pienso asertivo con el bardo valluno. Asiento, medito. Uno es un cascabel en la cola de la muerte, siempre estamos como serpenteando entre nosotros mismos, enrollándonos sobre nosotros mismos.
Le ponemos trampas a la vida cada vez que amanece. Triunfamos unas veces, casi siempre fracasamos, pero es terrible el día en que casi no aparecemos en los espejos y estamos disminuidos por el camino a cuenta gotas, bajo sol canicular.
Una banda de blues, sacada de una foto
Con la muchachada tocábamos en bares y en vericuetos de la gran ciudad; íbamos tras quimeras de prestigio, fingiendo ser rútilas estrellas del blues bogotano, arropados por “spots” de múltiples colores que enceguecieron nuestros pálidos rostros de mestizo, estábamos muy lejos del Mississippi y resultábamos en horribles cunetas del desagüe, abandonados sin dinero, en la carretera casi siempre, “a la vera del camino, rodeados de presencias, pero solos”, como en ése viejo blues.
Tratando de hacer una carrera musical, paramos en lugares de mala muerte, sin paga, como en una película de autor en la que los protagonistas son parias y fue así como llegamos a las puertas de dos lugares entre espantosos y cómicos, aparatosos y ruines. Frente a la entrada de la Biblioteca Nacional, en la calle 24 entre las carreras quinta y sexta, hay aún un local oscuro, como oscura debe ser la muerte y en el cual funcionaba un bar administrado en ese entonces (mitad de los noventa) por un hombre cano y calvo al mismo tiempo, cuyo nombre justamente aparece en la tarjeta personal en cuestión, éste tiquete quejumbroso encontrado entre las páginas de un libro refundido entre mis cosas.
El lugar olía a muerte. No a mortecino pero sí a una angustiante, triste muerte, de esas muertes que uno ve a veces rodando por ahí como aguijones, como guirnaldas circulares con púas, como estrellitas de hielo con agujas afiladas. De reojo, mientras tocaba allí, vi moverse el brazo de una siniestra figura pintada en la pared y ésa fue la misma sensación que los otros músicos percibieron de manera similar.
Corría entonces el rumor de que una mujer muy joven, quizá adolescente, había sido violada y posteriormente asesinada en el sótano de éste lugar y que de esa forma su atormentado espíritu parecía cobrar vida en el cuerpo dibujado de una bruja en la pared.
El lugar era pues de un tono tan sórdido como sórdido debió ser el crimen allí mismo perpetrado y sus administradores, acaso unos barqueros que cobraban unas monedas para cruzar el Aqueronte.
Casi de igual modo como llegamos a ese bar de medianoche, golpeamos a las puertas de un club privado de bailarinas desnudistas para ofrecer nuestros pausados pero calientes blues que acaso encendieran mejor el juego de caderas y expuestos senos de impúdicas muchachas bailarinas a sueldo. Era otro sórdido lugar. A puerta cerrada era un sitio de nudistas y voyeurs que pagaban por ver cintas pornográficas en la impunidad de las sombras y que sospecho pionero en ese tipo de servicios en una ciudad a veces pacata, a veces conformista, mas veces atrevida y libérrima.
Su fachada no disimulaba su encanto privado pues aún hoy día la tienda exhibe su gata curvilínea de cínica pero seductora expresión de desenfado y excitación, apoyada en un bastón delgado, enfundada en medias de malla y fumando un cigarro en una larga pitillera, al mejor estilo de la Dietrich, como quien dice, una matahari de la noche prohibida.
Pero es una gata. Como sea. Una caricatura, y causa simpatía que sea a este personaje a quien le corresponde dar la cara a una tienda de bajezas, monstruos y misterios de la sexualidad, vejación y transtorno de los amores, los odios y las pasiones y resulta sorprendente que exista toda clase de casi infinitos modos de amoralidad en pornografía explícita, que sonrojaría al más valiente.
El nombre del administrador de esta tienda de felaciones aparece pues en la tarjeta que he hallado de fortuito y que había dado por perdida, para mi propia salvedad y la de mis chakras esenciales, el segundo de ellos en particular. Pero nunca dio la cara, como sí lo hacía la gata. Parecía como si nunca podría saber de quien se trataba. ¿Qué rostro tendría un proxeneta del video? -me preguntaba- ¿cómo sus facciones habrían endurecido (o reblandecido) de ser voyeur de los voyeurs?, ¿cómo su alma se habría adelgazado de ver todos los días de la semana -en jornada continua- las interminables faenas de hombres y mujeres de genitales exacerbados por hormonas y artilugios?
Decliné el intento de tocar allí. No por la impudicia, no por la baja vibración de los elementales y mas bien por un sino ineludible, una protección benigna que tantas veces - sin explicación- ha confundido para bien mis pasos.
En el libro que sirvió de albergue al cartoncito impreso con el nombre de este personaje que antes hubiese adivinado (sin temor a equivocarme) como vulgar y desmedido, sigo leyendo, de la mano del poeta Oscar Piedrahita, cómo es que vivimos llenos de “clavos que nos desgarran/ para sanar de nuevo/ claudicaciones/ pústulas/ oscuras grietas/ que se nos abren de pronto/ ventanas/ de la ausencia absoluta.”
Este pequeño hallazgo me ha hecho pensar una vez mas en la vida, ésa “ventana de la ausencia absoluta” parafraseando al sabio vate, esa “pústula”, esa “grieta” que insondable nos conduce siempre hacia la muerte. ¿Qué hacemos entretanto? Tratar de vivir; ¿de sobrevivir acaso? Damos pasos de gigante hacia ese día, el inconfundible, el malsano, el terrible día de la muerte, el inquietante, el innombrable día. Pero no nos damos cuenta, no contamos nuestros pasos (tal vez luego los recojamos) y eso es ideal.
Nos damos cuenta que servimos para pequeñas cosas – algunos – como sorprendernos con la inútil belleza de los rastros y las pistas que acaso nos conducen al alumbramiento presentido de la poesía. Los mas, seguirán una ruta de insucesos por conseguir materias primas y ostentar riqueza. A ambos grupos se nos dan los días y el trabajo.
Pero ¿cuántos caminos, cuántos enigmas, cuantos cigarrillos habrá que recorrer, resolver, fumar hasta llegar por fin a la aventura merecida? ¿Cuánto oprobio habremos resistido antes de recibir la más grande pieza del mendrugo universal? ¿Cómo es que confabulan los astros, las esferas ineluctables o los misteriosos elementales para que todo se conjugue a favor nuestro?
Seguramente equivocado en mis presagios, en mis cábalas, en mis insidiosas premoniciones sobre el administrador del video show, he cruzado los listones de una red inevitable, los cabos sueltos de una ruta. El hombre cano y calvo al mismo tiempo resulta ser experto en John Lennon y en actualidad nacional y esto le valió obtener un cargo como periodista en una emisora universitaria.
Los tres hombres son una misma persona: bartender, proxeneta del porno y periodista cultural. Mi hallazgo lo confirma, pues sólo ahora reconozco su nombre reconocible, blanco fácil de señalamientos, figura pública en la radio.
El mismo nombre impreso en esa tarjeta de color violeta y fucsia los confunde a todos ellos, los implica a ambos, los recoge, los reúne, los hace permanecer juntos en una extraña forma asimétrica de muchas y diversas caras.
Simplemente es un hombre, como todos, inefable destino que se lleva a cuestas en este plano sin aparente redención. Como el diente de león en la pradera, deleznable. Y ahora que ése otro iracundo hombrecillo dejó vacante en la jefatura de prensa de la brillante orquesta de cobres y panderos y oboes y platillos, es nuestro personaje en situación el que llega a remplazarlo.
Qué trabajo nos da la vida. Cuesta mucho vivirla. Había olvidado cuanta vejación se puede tragar en la existencia. Es decir que a la dupla se suma un tercero: el proxeneta del ojo, la misma persona; una trinidad que sorprendería a quien le ha tocado fácil conseguir el pan para la panza y que acaso conmueva a quien ahora le ve inflado como un pan, dando informes a distancia.
Se pasa muy duro en la vida, se pasan mil trabajos ridículos y es posible que al final se consiga recompensa; para algunos, ser el blanco de señalamientos, para otros, la victoria merecida en un altar secreto, silencioso.

miércoles

Conscious Stream - Rob Martino, Chapman Stick

A manera de un goce póstumo, este rezumadero de sonidos novedosos...para la abuela Gilmita